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martes, 15 de noviembre de 2011

En recuerdo de Tomás Segovia


recuerdo


D
Esplazar el contenido de este verbo,
Para así detenerte en mi frente.


                                           
Hasta ayer mismo no me he enterado que había muerto. Un poeta cuyos textos me acompañaron más asiduamente la primavera pasada tan sólo porque tuve la suerte de dar con su blog. Un poeta que aún seguía creyendo en la poesía y en la necesidad de compartirla, necesariedad para unos y otros.
Tuve la fortuna de cruzar con él un par de breves correos. Me impulsó a escribirle el hallazgo de un poema, entre sus últimos, que hablaba de lo mismo que  había ido descubriendo desde que comencé "El paraíso imperdible" allá por 2009. Sonrío ahora porque tuvo la amabilidad de contestarme (¿cuántos poetas actuales se dignan contestar, aún siendo amigos, de una a un correo?) nada menos que agradeciéndome mi "palmadita en la espalda", como si alguien con esa monumental obra a las suyas pudiera necesitar el ánimo o la felicitación producto de la admiración de una lectora cualquiera: tanta humildad en tan poco contenedor usado, un breve correo de los, imagino, cientos que podía recibir y contestar a diario.
Cuando tuve noticia ayer de su muerte, me pregunté que qué clase de mundo vivimos, y entre todos permitimos, rebosante de información, de posibilidades de conocimiento, de bombardeo de datos, aconteceres y voces que sin embargo no me permite enterarme de la muerte de un poeta al que admiro y con el que tuve la entrañable suerte de contactar personalmente.
He estado releyendo poemas suyos  en su mismo blog, hay también muchos más expuestos en cualquier lugar de internet, pero no voy dejar aquí ninguno. Me reservo uno de ellos con el que dado casi por casualidad (sic) para una entrada muy personal que llevo pensando desde Agosto. A cambio dejaré una de sus cartas, tan actual como su misma muerte. Él lo decía, que de lo que tenía nostalgia era del futuro. Yo me identifico con sus palabras.
Dejo tan sólo el enlace a su entrada en wikipedia, para los más despistados: TOMÁS SEGOVIA

(Nota personal:Cuando se comience a leer el texto que abajo dejo se comprenderá por qué he incluido ese tango flamenco en esta entrada. La busqué el otro día porque es una de las que más me gustan de las con que ensayamos en las clases de flamenco. Pienso que a Tomás le gustaría oírla y verla bailar.)


CABALES 
TU EDUCACIÓN O LA MÍA
          Querido Matías Vegoso:
Es claro que tú y yo, cuando decimos modernidad, no pensamos en la misma cosa. Para empezar, yo no comparto tu entusiasmo incondicional por una época que nos ha dado a Bush, a Berlusconi, a Putin –y no sé si tú colocas en esa misma época a los no menos encantadores Hitler, Mussolini y Franco. Tampoco soy necesariamente entusiasta de una época que ha llevado al paroxismo a Madonna o a Michael Jackson (gringos, por supuesto) y ha ignorado en cambio a Miguel Poveda o al Mono Blanco –y no me digas que no sabes quiénes son, porque con esa confesión me das del todo la razón. Esa ignorancia, en contraste con la fama de los gringos mencionados, en alguien de lengua española no es sólo falta de información; es perversión de la información. Es indudable, para decirlo del modo más impertinente, que por muy estimables que sean esas famosas figuras, la desproporción monstruosa de su fama no se debe a que sean monstruosamente mejores que los otros dos mencionados, sino a que su país es monstruosamente poderoso y tiene monstruosamente más cañones.
Además, la perversión de la información se ha vuelto especialmente mortífera porque en la modernidad (o tal vez fuera más exacto decir en la posmodernidad) la información usurpa casi enteramente el lugar de la educación. Acabo de leer en un artículo serio esta frase elegantemente escéptica: “si bien la alta cultura se empobrece, la sociedad no se derrumba: sólo se transforma.” Hombre, es obvio que la sociedad siempre se transforma, pero ¿es que da igual una transformación que otra? ¿Da igual que la sociedad, aunque no se derrumbe, se transforme en un hato de predadores despiadados o en una comunidad de ciudadanos solidarios y responsables? Y el artículo concluye: “Distinto es que la dirección que adopte ese cambio –las consecuencias de la libertad– pueda disgustarnos.” Si he entendido bien, el argumento es éste: puede que la sociedad que estamos preparando sea asquerosa, pero qué quiere usted, así es la libertad; no querrá usted pedirle cuentas a la libertad y arriesgarse a que la sociedad se derrumbe. Y nadie nos oculta de qué libertad se trata aquí: la libertad de empobrecer la cultura superior.
Pero que la sociedad se encamine en una dirección o en otra depende de la educación más que de cualquier otra cosa, sobran los estudios que lo demuestran minuciosamente. Y no sólo la educación básica, porque sólo una auténtica educación superior puede resistir frente a la tendencia posmoderna a reducir la educación, en el mejor de los casos, a mera información, y cada vez más en mera formación y capacitación. A eso los ideólogos posmodernos lo llaman una educación funcional: educar para los puestos de trabajo. ¿De trabajo social? No, hombre, ni que fuéramos comunistas: de trabajo en las empresas. Las cuales (liberté liberté chéri-e) son libres de empobrecer la cultura superior, que no sólo les sirve de maldita la cosa sino que más bien induce ideas raras en las mentes inquietas, y de requeteempobrecer la educación básica quitándole sus anticuados resabios educativos.
Que en las llamadas democracias la educación está en crisis es algo que salta a la vista. A Obama le ha puesto a parir, en sus proyectos educativos, una derecha oligofrénica con argumentos delirantes que nos parecerían de la edad de piedra si no fuéramos tan posmodernos. En España sigue enseñándose religión en las escuelas, sigue vociferándose contra la enseñanza de los valores democráticos en clase, y hay regiones donde casi la mitad de los colegios son o privados-privados o privados-concertados. En México la más avanzada corrupción (y ya es decir) es la del sindicato de maestros, de los cuales las dos terceras partes no pasaron la prueba de capacitación, más del 80% de los estudiantes son gravemente deficientes en matemáticas y los libros de texto obligatorios, si no tienen que retirarse antes de utilizarse, reciben las críticas más amargas de los conocedores. En Francia, madre de la educación laica y de la consiguiente separación de la Iglesia y el Estado (condición necesaria de toda democracia, por lo menos a juicio de todo el que no sea posmoderno), el neo-lo-que-usted-quiera Sarkozy ha declarado que su país es laico pero no tanto, a la vez que propone una “autonomía” de las universidades sobre el modelo de la autonomía de las empresas.
En medio de todo esto, comprenderás que yo no pueda dejar de preguntarte: ¿es moderna, o es posmoderna, la idea de que la libertad es esa cosa que se paga con desigualdad, injusticia y deterioro de la cultura? No me irás a salir con que los estalinistas tenían razón cuando describían así la “libertad” de las democracias capitalistas. Porque en fin, mal que nos pese a todos, empezando por El País y la cadena SER (pregúntale a Oliver Stone), los únicos países hispanohablantes que han desterrado el anafalbetismo son la España posfranquista, Cuba y Venezuela. ¿No sería interesante la idea de que en más de un aspecto posmoderno quiere decir antimoderno? A mí por ejemplo no me parece muy moderno diluir la laicidad del Estado como en el siglo XVII, favorecer la enseñanza privada como en el Antiguo Régimen, apuntalar al patronato y contener los derechos laborales como en el siglo XIX, confiar la salud a iniciativas privadas como antes de las guerras mundiales y otras menudencias de este calibre. En fin, creo que mucho de lo que tú llamas modernización yo lo llamaría demolición (derrumbe) de lo moderno. Y no sólo en lo político y social, porque ¿tú crees que Andy Warhol avanza en otra cosa que en demoler a Picasso o a Modigliani?
Un moderno abrazo de tu demolido amigo
                                                                                                                                         T. S.
 
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