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jueves, 22 de noviembre de 2012

Subvertir el transcurso del tiempo: Proust poeta



Efectivamente, Proust no fue poeta. La lectura de sus versos, su “poesía” me lo ha confirmado. Sin embargo su obra, su gran novela, el lenguaje escrito (su prosa) y lo plasmado en ella sí hacen Poesía. Esta es la diferencia, esta es la clave. Una obra puede no ser poesía, ni siquiera tal como comúnmente se entiende (versos), y ni siquiera intuida así por el autor, y la obra terminar haciendo poesía.
Proust sólo no hizo algo para ser poeta, recurrir al tiempo horizontal como resorte inspirador, establecer su amarre, el del tiempo horizontal y él de él mismo como persona, como, no sólo punto de arranque, sino base completa de la estructura sobre la que se desliza el transcurso de todo lo que plasma. Se desliza, esa es la otra clave, la misma palabra nos la da, no escarba, aunque ese "no" tan solo aplicable  formalmente. El devenir de la obra siendo escrita transcurre encima de la costra dura de la nomenclatura, psicológica, socialmente. Sin embargo, y este es el milagro de la obra de Proust, casi no existe párrafo en toda ella donde no se halle ese pozo, esa boca de pozo que constituye el arranque del ejercicio poético. Parece que el autor realiza el acto poético en la expulsión de esa prosa mental a la palabra grafiada, y en esa salida, en esa exteriorización hubiera ido señalando (Proust y su prosa, es decir su mente grafiada) un aquí (pozo vertical, el poético, el artesiano), aquí, más allá, en aquel otro lugar, donde poder ir taladrando después.
Quizás, sí, zahorí. Esa es quizás la mejor definición del hecho de Proust como ente/agente en relación con el hecho poético y por ese motivo me he sentido tan identificada con una obra, con la pulsión que esa obra ha ejercido en el aire que yo respiraba mientras la leía en estos años atrás. Proust es el zahorí de todo un tiempo que le llega detrás.
Curiosa paradoja, el que buscaba el tiempo perdido, el anterior, termina marcando los hitos del tiempo posterior a él…
Pero, me pregunto quizás retóricamente ahora, ¿no ha sido siempre acaso ESA la labor del Poeta? (y hasta en última instancia lo que Proust pretendía con esa "recherche").


miércoles, 25 de julio de 2012

Altruismos


[...] pues todos los altruismos fecundos de la naturaleza se desarrollan conforme a un modo egoísta, el altruismo humano que no es egoísta es estéril, es el del escritor que interrumpe su trabajo para recibir a un amigo desdichado, para aceptar una función pública, para escribir artículos de propaganda [...]
                                                                                      Marcel Proust, El tiempo recobrado

sábado, 31 de marzo de 2012

Citas recobradas. En busca del tiempo perdido. I

[...] "por eso el genio [...] tal vez se diga que, como los contemporáneos carecen de la perspectiva necesaria, sólo la posteridad debería leer las obras escritas exclusivamente para ella, como ciertas pinturas que a poca distancia no se pueden apreciar correctamente. Pero, en realidad, toda pusilánime precaución para evitar juicios erróneos resulta inútil, porque son inevitables. la causa de que una obra genial difícilmente sea admirada enseguida es la de que quien la ha escrito es singular y pocos se le parecen. Su obra misma, al fecundar las pocas mentes capaces de comprenderla, es la que los hará crecer y multiplicarse.
[...] La llamada posteridad  es la de la obra. Es necesario que la obra [...] cree por sí misma su posteridad. [...] Por eso es necesario que el artista —si quiere que su obra pueda seguir su rumbo— la lance [...] hasta donde hay bastante profundidad, en pleno futuro lejano. Y, sin embargo, si bien no tener en cuenta ese tiempo por venir, auténtica perspectiva de las obras maestras, constituye el error de los malos jueces, a veces tenerlo en cuenta es el peligroso escrúpulo de los buenos. [...] la obligación de que una obra de arte incluya en la totalidad de su belleza el factor del tiempo equivaldría a mezclar nuestro juicio con algo tan azaroso [...] pues lo que engendra las posibilidades y las excluye no es forzosamente competencia del genio" [...]
En busca del tiempo perdido. 2. A la sombra de las muchachas en flor. Marcel Proust

oOo

lunes, 20 de febrero de 2012

Majuelos, Proust y yo

Creo que es el único poema, el que abajo transcribo, donde recurro al tan manoseado concepto de la infancia como la edad inocente del ser humano para recrearme en el proceso artístico. Es decir, donde únicamente aludo al hecho del tiempo discursivo (tengo que escribir sobre esta palabra) para referirme a cuestiones artísticas, creativas, comunicativas.
En todo lo demás, Proust y yo disentimos en los términos concretos, salvo en el fundamental: la estructura para una teoría del arte.
Estoy terminando de leer "En busca del tiempo perdido". Una emoción inefable, literalmente porque  me siento incapaz de escribir sobre el particular, se ha ido apoderando de mí estos días al encontrar en su último volumen LA MISMA teoría del arte, y por tanto teoría de la concepción humana y su existencia social, en la que yo creo. Y digo en la que yo creo porque es la que sin proponérmelo, pero sé que necesitándolo (poder autoexplicarme el arte), he ido construyendo a lo largo de muchos años a través de la misma escritura de poemas y la realización de fotografías.
Por coincidir, me he encontrado que hasta nombra al pozo artesiano (ver croquis fotografiado en uno de los gadgets que inauguran este blog, el de la izquierda, y hasta el de la derecha, una máquina hacedora de pozos artesianos).
Donde Proust nombra Amor, yo nombro Arte, donde el nombra sufrimiento yo nombro esfuerzo, donde el nombra tiempo horizontal, yo nombro memoria vertical, donde el nombra esencia, yo nombro paraíso imperdible, donde el nombra nomenclatura, yo nombro costra dura (de la nomenclatura). Tal nuestras "disensiones".
Poéticamente podría decir que donde el nombra "majuelos" yo nombro "intuición" (por cierto, tengo que lograr dar con alguna fotografía de este tipo de flores, no sé a cuáles se refiere, creo que crecen silvestres en los márgenes de los caminos), tal vez ésta sea la mayor "disensión" entre su concepción y la mía.

Intuición

Cuando abarco súbitamente
al dolmen y a la espiga,
algo tuyo y mío queda dentro
de este pecho palidecido
en cantueso de yo no sé,
sólo huelo
ahuyentando
humo.
La calma se hace calma,
la hoja verde se pronuncia en la hoja verde,
la ventana gira sobre sí
y yo puedo contemplar el paisaje.
Todo está en su lugar
sin que el orden lo haya puesto,
sin rodaderas, sin caminos,
sin voy o llego con los pasos.
Sin bicicletas que me atropellen.
Pudiera ser retorno
a la infancia,
a la infancia
antes de ser
accidente
en tu boca.

Sofía Serra ("El muriente")


(aún no he llegado al final de la obra de Proust, unas 100 páginas creo que me quedan)

viernes, 12 de agosto de 2011

Palabras de Proust

Proust ha vuelto a dejarme un gran regalo a la vez que terminaba hace un par de días el quinto volumen de su "En busca del tiempo perdido" (la negrita es mía):


[...] Por ejemplo, aquella música me parecía algo más verdadero que todos los libros conocidos. A veces pensaba yo que se debía a que, al no adoptar la forma de ideas lo que sentimos en la vida, su plasmación literaria, es decir, intelectual, lo expone, lo explica, lo analiza, pero no lo recompone como la música, en la que los sonidos parecen adoptar la inflexión del ser, reproducir esa punta interior y extrema de las sensaciones [...] En la música de Vinteuil, había también esas visiones imposibles de expresar y casi prohibidas, ya que, cuando en el momento de quedarnos dormidos, recibimos la caricia de su irreal encantamiento, en ese preciso momento en en el que la razón nos ha abandonado, los ojos se sellan y, antes de haber tenido tiempo de conocer no sólo inefable, sino también lo invisible, nos quedamos dormidos. Cuando me abandonaba a esa hipótesis según la cual el arte sería real, me parecía que era incluso más que la simple alegría nerviosa de un tiempo hermoso o de una noche de opio que la música puede transmitir: una embriaguez más real, más fecunda, al menos por lo que yo presentía, pero no es posible que una escultura, una música, que infunde una emoción —nos parece— más elevada, más pura, más verdadera, no corresponda a cierta realidad espiritual o, si no, la vida carecería de sentido. [...] Como aquella taza de té, tantas sensaciones de luz, los rumores claros, los ruidosos colores que Vinteuil nos enviaba del mundo en el que componía, paseaban por delante de mi imaginación, con insistencia, pero demasiado aprisa para que ésta pudiera aprehenderlo, algo que pudiese yo comparar con la sedería embalsamada de un geranio. Sólo que en el recuerdo se puedeya que no ahondar— al menos precisar gracias a una determinación de circunstancias que explican por qué cierto sabor ha podido recordarnos sensaciones luminosas, al no proceder las vagas sensaciones de Vinteuil de un recuerdo, sino de una impresión [...] no habría habido que encontrar una explicación material de la fragancia del geranio de su música, sino el equivalente profundo, la fiesta desconocida (de la que su obra parecían fragmentos disyuntos, los pedazos con fracturas escarlatas), modo en el que oía" y proyectaba fuera de sí el universo. En aquella cualidad desconocida de un mundo único y que ningún otro músico nos había permitido jamás radicaba tal vez —decía yo a Albertine— la prueba más auténtica del genio, mucho más que en el contenido de la obra misma. "¿Incluso en la literatura?", me preguntaba Albertine. "Sí, incluso en la literatura." Y al volver a pensar en la monotonía de las obras de Vinteuil, explicaba yo a Albertine que los grandes literatos nunca han hecho sino una sola obra o, mejor dicho, han refractado mediante diversos medios una misma belleza que aportan al mundo.
Marcel Proust. "La prisionera" (En busca del tiempo perdido)




Me llama la atención que Proust, al referirse al arte siempre lo haga, al menos por ahora, a partir de la experiencia vivida a través de la percepción de la música (Vinteuil) o de la pintura (Elstir), aunque en este pasaje tímidamente nombra a la escultura. La literatura, "su arte", la relega al principio a la herramienta de plasmación del análisis, aunque al final se ve que le abre un hueco en ese particular, por propia, de él, teoría del Arte que desde que comencé a leer esta obra veo que va "construyendo" o argumentándose.
Me pregunto si de aquí al final nombrará a la poesía (verbal). Si lo ha hecho antes, me ha pasado desapercibido el supuesto pasaje. 
Estos "provistos por escrito", al menos los de esta mi edad, no son mis "fuentes", como Javier Valls me comentó el otro día, es decir, no extraigo conocimiento esenciales a través de ellas. Estos Provistos por escrito llevan funcionando en mí de otra forma desde hace ya más tiempo del que una desearía. Simplemente me confirman en mis suposiciones o  "creencias". A veces, en el ejercicio de la lectura desde hace bastante más que demasiado tiempo, me siento buscando no la respuesta, sino tan sólo el apoyo, me proveen de compañía mental en el sentido de que encuentro lo mismo que yo pienso, expresado "grafiado" por otros seres humanos. Lo cual significa para mi espíritu un gran consuelo.
Aunque no encuentre nada "nuevo", eso es cierto.

martes, 5 de julio de 2011

No hay sombras bajo la noche

Teniendo en cuenta los dos o tres años  que llevo padeciendo casi veneración por la palabra de este hombre, puedo decir que la otra noche me ocasionó  un gran disgusto... ;)

No hay sombras bajo la noche

Además el sentimiento de justicia, hasta una completa ausencia de sentido moral, me era desconocido. En el fondo de mi corazón estaba totalmente entregado al más débil y desdichado.
(En busca del tiempo perdido. La prisionera.  Marcel Proust. Traducción de Carlos Manzano)

Lombardas y geminadas
tus ventanas jugaron complacientes
a la cuerda de tu boca que canta
metástasis de abundancias e imperios.
No menguaste la vasta endemia,
de ese silogismo abreviaste sin pasar
por la casilla de salida,
no:
injusticia
engendra debilidad engendra
desdicha
que provoca debilidad
que favorece los abusos
que conllevan más injusticia
que genera debilidad
que reproduce la desdicha
que manifiesta más injusticia
sobre el débil,
que se fortalece
si hacia él te inclinas
fiel a tu debilidad,
fiel también a tu injusticia.
Y la balanza se equilibra,
y el fiel iguala voces,
y el equívoco del poeta
toma luna y ya libera:
Acosada la paloma
tan sedienta de huella
no sabe que en el agua
sus pisadas se ahogan.

Sofía Serra. Julio, 2011.

lunes, 20 de junio de 2011

Palabras de Proust...

...con las que anoche concilié el sueño.

[...] Pero entonces, ¿acaso no revela el arte de Vinteuil, como el de un Elstir —al exteriorizar en los colores del espectro la composición íntima de esos mundos que llamamos individuos y que sin el arte jamás conoceríamos— esos elementos, todo ese residuo real, que nos vemos obligados a guardar para nosotros mismos, que la conversación no puede transmitir ni siquiera de amigo a amigo, de maestro a discípulo, de amante amante, esa sensación inefable que diferencia cualitativamente lo que cada cual ha sentido y que se ve obligado a dejar en el umbral de las frases en las que no puede comunicar con los demás salvo limitándose a puntos exteriores comunes a todos y sin interés? Aunque dispusiéramos de alas y otro aparato respiratorio que nos permitiesen atravesar la inmensidad, no nos servirían de nada, pues, si fuéramos a Marte y a Venus conservando los mismos sentidos, revestirían con el mismo aspecto que las cosas de la Tierra todo lo que pudiéramos ver. El único viaje verdadero, el único baño de juventud, no sería ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, con otros cien, ver los cien universos que cada uno de ellos ve, que cada uno de ellos es, y podemos verlo con un Elstir, con un Vinteuil, con sus pares volamos de verdad de estrellas en estrellas.


En busca del tiempo perdido. La prisionera. Marcel Proust.

lunes, 31 de enero de 2011

El grafos y "mi" Marcel Proust: una nota al hilo de la lectura de "En busca del tiempo perdido"


Título de la fotografía: En busca del tiempo perdido (*)


Hace ya un par de años que disfruto del hecho de poder acercarme a una joya de la expresión humana como ésta, “En busca del tiempo perdido”. El primer volumen me lo leí rápido (sí, con ese “me”), titulado “Por la parte de Swan” según traducción de Carlos Manzano (aquí se puede leer un bonito artículo sobre las traducciones y algunas palabras del propio Carlos Manzano sobre la que él hizo de esta obra), anotando algo de vez en cuando, o subrayando, como suelo hacer cuando algún libro me interesa especialmente (suelo percibir esa sensación nada más comenzarlo). Al empezar la lectura del segundo, tuve que dejar de entretenerme en esas “menudencias”, la lectura me demandaba completamente, la escritura de Proust me absorbió, pero a la vez comprendí que para satisfacer todas la inquietudes que su lectura me provocaba debería de leerlo como mínimo una segunda vez, para así poder dejar grafía de esas pro-vocaciones. Imagino, pienso, que lo que nos lleva a dejar grafía de algo que percibimos  depende en gran medida, de la intensidad con que lo externo a nosotros nos marque, nos grafíe asimismo por dentro, indeleble pero también intangiblemente, sin fisicidad reconocible por nuestros también más físicos sentidos. No creo que sea otro el mecanismo que nos impulsa a esto que llamamos dejar huella. Es decir, hacer el camino de vuelta que antes esa corriente meta-física, interguiono explícitamente, de, en este caso, una huella, la escritura en este caso de Proust, ha recorrido logrando dar el salto casi interdimensional entre las re-conocidas de la otra huella hasta algo que al menos por ahora sólo conocemos habitualmente como desarrollada en una, el tiempo, esto es, nuestra psique. Es a través de nuestro cuerpo, nuestra fisicidad, con las neuronas que, también por ahora, sabemos que son las responsables de todo aquello que reconocemos como intangible en el ser humano, con el que exportamos (como los archivos incompatibles, como el proceso informático que habilitamos para que los distintos archivos que cada programa usa puedan ser ABIERTOS, es decir, reconocidos, por el otro software con el que queramos abrirlo) lo que nos mueve y conmueve por dentro desde fuera y hacia fuera. No es otra cosa la grafía que el resultado de esa exportación a un lenguaje más o menos asimilable por todo lo externo de este software que el individuo conforma (como una sola especie somos, y parto de la base tan conocida de que tan sólo en un 10% se diferencia nuestra ADN del de una mosca, concluyo que en estos más de cinco mil millones no existe más que un sólo software sobre el que funcionemos. El único inconveniente es que no por todos es conocido, el programa, y también, por nadie al completo).

Volviendo a la novela de Proust, sin querer fui ralentizando su lectura, tomándolo a pequeños sorbos, la mayoría tan sólo por la noche antes de cerrar los ojos. Se me antojan a veces esos momentos como unos de los de verdadero disfrute en la jornada, una forma de encuentro con la paz, un descanso para mi espíritu. El solaz.

Hace mucho tiempo como digo que dejé de subrayar, aunque a veces no puedo evitar tomar la pluma o el bolígrafo, pocas veces un lápiz, corre riesgo de borrarse su grafía mucho antes, y dejar señalada alguna perla. Sí, me encanta fundirme como buenamente puedo físicamente también con ellos, no soy fetichista, cuando amo, es decir cuando algo demanda mi interés, necesito integrarme en lo que quiera que sea con todo lo que soy, cuerpo y mente. Es decir me entrego. Anoto y escribo en sus papeles, esos papeles que para mí son sólo un soporte que me resulta accesible porque ambos compartimos fisicidad. Por eso mismo, cuando me leí a través de internet varias obras de José Saramago, en cuanto tuve medios para poder adquirirlos como libros, lo hice. Los necesito conmigo aunque sólo sea para tocarlos y distinguirlos como objetos en tres dimensiones. Así que escribo sobre ellos, tampoco demasiado porque soy cuidadosa o respetuosa, a la par de las letras que la imprenta ha dejado transcritas en el papel, y, aunque el libro pueda traer cinta señaladora, sin querer se me va la mano siempre para doblar el pico de la página por la que me quedo (odio los señaladores que tan de moda están hoy en día, sobre todo porque son más largos que la medida vertical del libro, tal como el propio fin para el que están fabricados supedita, y estorban, se doblan en las estanterías si encima coloco otros libros en horizontal, o en mis propias manos me disgusta su perfil de más, me distorsiona la silueta del libro en mi mirada. En definitiva no me gustan de ninguna de las maneras posibles para lo que fueron inventados, a no ser como cómodas y móviles estampas caso de que su diseño me resulte especialmente atractivo). Por eso prefiero las cintas, se amoldan a mi forma de integrarme en ellos, los cuido (me gustan mucho las tejidos), a los libros,  a la vez que me "coloco" en ellos.

No es para mí el libro como objeto físico un tesoro para ser encerrado en una urna. Tengo que manosearlo, llenarlo de mis células, que se estropeé, levemente, aunque alguno he lanzado como torpedo, y, con los medios domésticos que a mi alcance queden, arreglarlo de vez en cuando si, por endeble edición o accidente, llega a correr riesgo su entramado físico, riesgo con posibles consecuencias irreparables. Todo este proceso de “intercambio” físico entre el libro y yo, termina, a lo largo de una vida, por configurar una especie de ex libris genuino. Casi podría reconocer, caso de que se me hubiera perdido alguno entre los antaño prestados (ya no suelo hacerlo, porque, efectivamente, alguno perdí en manos ajenas) con tan sólo un vistazo desde lejos.

En esta obra de Proust necesito dejar mi huella. Ahora lo hago físicamente de estas formas y dejo que él me señale por dentro. Ya llegará mi turno de grafiar yo lo que su grafía en mí provoca.

Sin embargo, no puedo evitar señalar alguna perla de esas que voy encontrando. Son tan incontables, tan sucesivas, que por eso mismo tuve que dejar de hacerlo y, como consecuencia, oír arrancar en mí el motor del deseo por dedicarle como mínimo una segunda lectura algún día, caso de qué me dé lugar en mis años de vida, para, ya más despacio, y, a partir de él, poder extraer de mí todo lo que su lectura me provoca. Me provoca o me señala, a mí, e intuyo que a cualquiera que lo lea. Siento por la mente que hizo posible esta joya de la literatura universal, ahora, una admiración sin límites. Transcribió, es decir, exportó a un lenguaje asimilable por todos, la escritura, lo que desde su software, que no es más que el de todos, percibía en su exterior para elegir el tiempo, una dimensión común a todos, no importa que viva quien sea en quien pensemos hace tres mil años, como recurso de digresión o artificio. Sin embargo, éste, esos límites que parece que interponemos entre los que están y no, desaparece al leer su escritura. Proust, al hacernos evidente su percepción, nos muestra la esencia de lo que estamos hechos, nos la evidencia, no importa en qué años vivamos.

Conecta con el cauce que nos subyace y lo hace visible. Hizo Poesía mediante el recurso de una historia narrada.
Proust fue un poeta. Y consciente soy de que nada descubro.

No quería dejar de pasar esta finalización del cuarto volumen, Sodoma y Gomorra, con la anotación en este blog de una de esas perlas que me resulta imposible evitar registrarlas, aunque sea ya tumbada en la cama luchando entre el sueño que ya se me acerca, el acero del capuchón de la pluma y el enredo del cordón de mis lentes para la presbicia.

[…] "en la humanidad la regla —que entraña excepciones, naturalmente— es que los duros son débiles a quienes no los han querido y sólo los fuertes, a quienes poco importa que los quieran o no, tiene esa dulzura que el vulgo confunde con debilidad."
[...]

Marcel Proust. En busca del tiempo perdido. 4. Sodoma y Gomorra. Capítulo tercero. Pág. 435. Traducción del francés: Carlos Manzano, cedida por Random House Mondadori, S. A. para Círculo de lectores, S. A. (Sociedad Unipersonal).
ISBN 078-84-672-3384-1 (Tomo IV)
ISBN 978-84-672-3406-0 (Obra completa)


Sofía Serra, 31 de enero de 2011


(*) Esta fotografía la disparé e hice y además también titulé,  años antes, en diciembre de 2005,  de siquiera pensar que algún día accedería como lectora plena a la obra de Proust.
 
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