lunes, 26 de enero de 2015

Elegía a un paño de cocina

Elegía a un paño de cocina

Aquí todos duermen. Allá también. Mientras todos duermen, un mundo se hace, se construye al son de cada descanso, cada venerable solaz de una boca que se relaja en la saliva del sueño. Mientras todos duermen, yo ultimo los también venerables penúltimos segundos de vida de un paño de cocina. Atrás quedaron los sinsabores de su pasado, para él, pobre mío, tan pobre, solo conteniéndose a sí mismo y a sus cuatro esquinas, cuatro esquinas, quién le regalaría el don de poder concentrarse en la la euclidiana geometría del plano casi sagrado. ¿Tan pobre paño de cocina?, él y sus cuatro justas esquinas que redondeo entre mis manos para ensuciarlo limpiando no sé si las cuatro esquinas que me construyen, tejido al fin al cabo soy de dicen carne, a veces, a veces, preferiría ser tejida con el hilo de algodón que sufre las circunstancias del uso hasta no poder tener remedio, terminar, terminar como este exacto y venerable paño de cocina que finaliza en sí mismo habiendo sido usado para lo que servía.
Pero recuerdo los dibujos que lo hacían único ante mis ojos, también su tacto, su aroma cuando, recién lavado, volvía a acogerlo entre mis manos para depositar en él el agua que me sobraba. Él, tan tierno y confiado, tan permanente ante mi solicitud, no a modo de pañuelo, ¡no!, por dios, los pañuelos son de otra especie, otra estirpe ya solo orientada a algún pasado, un arte kitsch que venero por solo afinidades-afectivas. Este paño de cocina era individuo de su mundo, ejemplar sin soldaduras ni nanosegundos que enturbiasen su clara geometría, su ofrecimiento viril ante mis féminas manos, el consuelo caliente de una vida que finaliza comenzando en estas palabras que te dedico, paño, nunca trapo, de cocina, blanco, con rayas de colores como el arco iris que todos aman y todos odian, tan paradójico es el ser humano.
Yo a ti te amaba, paño mío, paño tuyo, te sigo amando. No niego que algunas veces he cometido la osadía de ensuciar tu pulcra acometida con el rimmel que, sagazmente, cubría mis pestañas a modo de permanente enjabelgo, de protección ante la intemperie también, allá en el campo, el frío, el frío, ¡pero el calor del mismo modo!, tan procurantes ambos del alivio que mis ojos anhelaban, lágrimas de dolor, lágrimas de alegría, y tú, paño, de cocina solo hecha para alimento de nuestro estómago, tú paño de algodón y trama limpia de verticales y horizontales ante la piel que ni de horizontales ni de verticales se columpia, tú paño casi algarábico (tantas alegrías me has procurado), tú, paño blanco y pequeño también como mis manos que sin embargo apenas te han soldado, tú mi paño, no mi pañuelo, no, como decía, tú, paño de mis manos, hoy sucumbes porque yo quiero, y te entierro en el cubo de la basura que mañana saldrá camino de otros entierros que no son el tuyo, porque tú, paño mío, tienes este poema que yo no te escribo.
No. No escribo yo estas palabras que cualquiera que leyera asemejaría a una elegía. No, mi paño. Tú no has muerto muerto. Tú has vivido vivo siendo y vivo te entierro enterrando contigo todas las células mías, vivas también, con las que te he ido ensuciando, imaginando que dándote tu vida, cuando tú esta noche, esta noche en la que todos duermen, te llevas gran parte de la mía.

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