lunes, 28 de febrero de 2011

Un símil de paz

Un símil de paz

Una leyenda y un sostuvo el hierro.
Un símil de paz y la macilenta piel
se avino ajada al sondeo del tacto.
Un susurro anegado
de aplomo
que devuelve
aire a sus comisuras y un no resisto
que rebate la urgencia
al trasluz,
la dulce respuesta combativa,
miel del panal
destila
saliva de sienes.
¿Qué prende en el
iluminado sauce que llora
agua sobre el verde lecho
de fuego,
vertiente en crisis
o nevada calcárea
sobre el valle?
La mesnada de estos umbrales
convive quejumbrosa
con la silueta firme y enhiesta
del solícito amante:


Ella quiere estar sola en este mundo de dioses.


Me dicen:
la poesía te va a matar.
Y yo digo:
tenéis razón y luz.
Este vacío repleto
cercena.
Connive con las nubes
y el cielo de media
vuelta
que camina solo. Sin mí,
que ya me ausenté de su mano.

Sofía Serra Febrero, 2011

viernes, 25 de febrero de 2011

Lamento del verdugo

Lamento del verdugo

He tenido delante a la pelirroja espera.
Ahora surco camino de las nieves
ahora descubro cuanto fue de pesada losa
mi gravedad de hombre sin plumas y sin garganta.
La barbarie tatúa
las fibras oleosas de mis antebrazos,
loctite entre mis párpados,
y las meninges
sin hipocampo,
ni bola de cristal


para adivinar,
aunque sólo fuera,
que el sol que me revierte ahora
inundaba el estío
porque entre mis manos sostuve
la imperfecta rosa roja.


Este alarido que deposito en boca abierta
acercan el terco objetivo
a mi frente.
Yo no puedo verme:
beber del deleite le fue dado
a mi garganta seca y hueca,
cueva de la osa ya vacía,
mi agujero negro me extinguió
rebosando en la espesa parquedad
de estas células, fotovoltaicas con que sólo hubiera corrido
el pestillo: abrir los verticales miembros
a tanta bombilla de bajo consumo
de mí mismo.
Se me despeinan los ojos,
se esfuman camino de las nieves:
Tanto velo inerte y denso,
tanto humo a lomos de esta espalda
de hoy que doblo
para poder ejecutar condena
sobre mí.

Sofía Serra, Febrero 2011

miércoles, 23 de febrero de 2011

Mi contrarrespuesta a todas las editoriales

A ver si consigo enemistarme ya de una vez por todas con todas la editoriales españolas por lo menos y dedicarme a otra cosa, mariposa, que no sea enviar originales.


Por ser breve (y en busca de la enemistad perdida)

Estimado editor/editora,
en respuesta a su no-propuesta
de publicación de mi/s poemario/s:


Al parecer, sólo escriben poesía
publicable los/las
que suelen acostarse tarde
y, por tanto, levantarse tarde,
y/o solteros/as,
y/o menores de 40 años,
y/o con vida por construir,
y/o con hijos/as por criar,
y/o con ganas de performance,
y/o con ganas de extra-follar,
y no los/las que nos hemos
despellejado,
desangrado,
desanatomizado,
desubicado,
deconstruido
y hasta desestructurado
(como la tortilla de patatas “última generación”,
aquí cocinerA de ultra-imposibles conseguidos,
con un par de huevos,
fritos
con patatas fritas)
para poder vivir congruentemente con nosotros/as mismos/as,
poetizando en la vida y en la cama matrimonial
con el pellejo,
con la barriga,
con las nervaduras,
con las musculaturas,
con las neuronas,
y así poder algún día Poetizar, DE VERDAD,
EN
la escritura.


Es lo mismo de siempre,
no te preocupes.


Nunca tuya,
Sofía

Sofía Serra, 23 de febrero de 2011

martes, 22 de febrero de 2011

En el cuarto oscuro I

En el cuarto oscuro I

Fotómetro

Porque ya se conquistó, no necesita banderas.
Ahora sabe cómo la piedra siente
en el destajo que la comprime
entre la tierra y el cielo.

Es la medida.


Velocidad

Estoy confusa, está
difusa aquella fusa
se ha frenado en la lectura
que atraviesa
las traviesas y frenopáticas
pautas de la nomenclatura.

O pausa.

Obturación

Que no desaparezcan tras nuestros pasos
las breves puertas. Atemorizan
tantos vientos ocupados
por la manzana del juego
sutil,
sí,
de la guerra
abierta al carro de combate,
son
las panteras negras que se asoman,
sus grandes ojos verdes, verdes,
requieren
luz estival milimetrada por el ojo de la cerradura.

Viajo por mí misma y ya me pierdo.

El Uni-verso debería ser bivalvo.


¿Cuándo se fotografió la rosa que yo no la vi?

Él quiere hablar de los suministros
que no llegan,
pero por su boca sólo sale el hambre.
Las estaciones avanzan a paso de presidiario,
como si el mundo soñara al revés.
Durante el día.
Ni desmemoria ni juntas de sala.
Remiro obteniendo tesis:
los tribunales son ajenos.
¿Qué voy a blandir si no?

Sofía Serra, Febrero 2011

domingo, 20 de febrero de 2011

De profundis (XII). Oscar Wilde

Viene de esta entrada anterior

Para mí una de las cosas de la historia que más hay que lamentar es que al renacimiento propio de Cristo, que había dado la catedral de Chartres, el ciclo de las leyendas artúricas, la vida de San Francisco de Asís, el arte de Giotto y la Divina Comedia de Dante, no se le dejara desarrollarse por sus vías, sino que fuera interrumpido y estropeado por el espantoso Renacimiento clásico que nos dio a Petrarca, y los frescos de Rafael, y la arquitectura paladiana, y la tragedia formal francesa, y la catedral de San Pablo, y la poesía de Pope, y todo lo que está hecho desde fuera y con reglas muertas, y no brota de dentro a impulsos de un espíritu que lo informa. Pero dondequiera que haya un movimiento romántico en el Arte, allí de algún modo, y bajo alguna forma, está Cristo, o el alma de Cristo. Está en Romeo y Julieta, en el Cuento de invierno, en la poesía provenzal, en «El marinero de antaño», en «La Belle Dame sans Merci» y en la «Balada de la caridad» de Chatterton.

Le debemos las cosas y las personas más diversas. Los Miserables de Hugo, las Flores del Mal de Baudelaire, la nota de piedad de las novelas rusas, las vidrieras y tapicerías y obras cuatrocentistas de Burne Jones y Morris, Verlaine y los poemas de Verlaine, le pertenecen tanto como la Torre de Giotto, Lanzarote y Ginebra, Tannháuser, los turbados mármoles románticos de Miguel Angel, la arquitectura apuntada y el amor a los niños y a las flores: cosas ambas, por cierto, que tuvieron poco sitio en el arte clásico, apenas el suficiente para crecer o jugar, pero que desde el siglo doce hasta nuestros días vienen continuamente apareciendo en el arte, en distintos modos y en distintos tiempos, sin aviso y a capricho, como es propio de niños y de flores; así la primavera siempre nos parece como si las flores hubieran estado escondidas, y únicamente salieran al sol por miedo a que la gente adulta se cansara de buscarlas y abandonara la búsqueda, y la vida de un niño no es más que un día de abril en el que hay lluvia y sol para el narciso.

Y es lo imaginativo de la naturaleza del propio Cristo lo que hace de él ese centro palpitante del romance. Las figuras extrañas del drama poético y la balada están hechas por la imaginación de otros, pero de su propia imaginación enteramente se creó a sí mismo Jesús de Nazaret. El grito de Isaías realmente no tenía más que ver con su venida que el canto del ruiseñor tiene que ver con el orto de la luna; no más, aunque quizá no menos. El fue la negación tanto como la afirmación de la profecía. Por cada expectativa que cumplió, destruyó otra. En toda belleza, dice Bacon, hay «alguna extrañeza de proporción», y de los que han nacido del espíritu, esto es, de los que como él mismo son fuerzas dinámicas, Cristo dice que son como el viento que «sopla donde quiere y nadie sabe de dónde viene ni adónde va». Por eso es él tan fascinante para los artistas. Tiene todos los elementos cromáticos de la vida: misterio, extrañeza, patetismo, sugerencia, éxtasis, amor. Apela a la capacidad de asombro, y crea ese ánimo en cuya sola virtud puede ser comprendido.

Y para mí es un gozo recordar que si él es «todo él imaginación», el propio mundo es de la misma sustancia. Dije en Dorian Gray que los grandes pecados del mundo tienen lugar en el cerebro, pero es en el cerebro donde todo tiene lugar. Ahora sabemos que no vemos con los ojos ni oímos con los oídos. Ellos no son sino cauces de transmisión, adecuada o inadecuada, de las impresiones sensoriales. Es en el cerebro donde la amapola es roja, donde la manzana es aromática, donde canta la alondra.

Últimamente he estado estudiando los cuatro poemas en prosa sobre Cristo con cierta diligencia. En Navidad conseguí hacerme con un Testamento en griego, y cada mañana, después de limpiar mi celda y sacar brillo a mis latas, leo un poco de los Evangelios, una docena de versículos tomados al azar de cualquier parte. Es una manera deliciosa de empezar el día. Para ti, en tu vida turbulenta y desordenada, sería cosa excelente hacer lo mismo. Te haría un bien incalculable, y el griego es muy sencillo. La repetición interminable, a hora y a deshora, nos ha estropeado la naiveté, la frescura, el sencillo encanto romántico de los Evangelios. Los oímos leer demasiadas veces y demasiado mal, y toda repetición es antiespiritual.

Cuando se vuelve al griego es como salir de una casa angosta y oscura y entrar en un jardín de lirios.
Y para mí el placer se duplica al pensar que es extremadamente probable que tengamos los términos reales, los ipsissima verba, que empleó Cristo. Siempre se ha supuesto que Cristo hablaba en arameo. Hasta Renan lo creyó. Pero ahora sabemos que los campesinos de Galilea, como los campesinos irlandeses de nuestros días, eran bilingües, y que el griego era la lengua normal de uso en toda Palestina, lo mismo que en todo el mundo oriental. Nunca me gustó la idea de que sólo conociéramos las palabras de Cristo por la traducción de una traducción. Me deleita pensar que en lo referente a su conversación Cármides podría haberle escuchado, y Sócrates haber razonado con él, y Platón haberle entendido; que de verdad dijo έγώ єίμι ό ποιμήν ό χαλός [«Yo soy el buen pastor», Jn 10:11 y 141; que al pensar en los lirios del campo, y cómo ni se afanan ni hilan, su expresión absoluta fue χαταμέθετε τάχρίνα τοv αγρον πẃς αυξαάνεί ονχπιά ονδέ νηθει [«Considerad los lirios del campo, cómo crecen; ni se afanan ni hilan», Mt 6:281, y que su última palabra al clamar: «Mi vida ha sido completada, ha llegado a su cumplimiento, ha alcan- zado su perfección», fue exactamente la que San Juan nos dice que fue: τετέλεσται [«ha terminado», Jn 19:301: nada más.

Y mientras, al leer los Evangelios -particularmente el del propio San Juan, o quien fuera el gnóstico temprano que tomase su nombre y su manto-, veo esta continua afirmación de la imaginación como base de toda vida espiritual y material, veo también que para Cristo la imaginación no era sino una forma del Amor, y que para él el Amor era Señor en el más pleno sentido de la palabra. Hace unas seis semanas el médico me autorizó a comer pan blanco en vez del pan basto, negro o moreno, del rancho normal de la cárcel. Es una gran exquisitez. A ti te resultará extraño que un pan seco pueda ser una exquisitez para nadie. Yo te aseguro que para mí lo es tanto que al terminar cada comida me como cuidadosamente las migas que puedan quedar en mi plato de lata, o que hayan caído sobre la toalla áspera que se usa como mantel para no manchar la mesa; y no por hambre -ahora me dan de comer bastante y más-, sino simplemente por que no se desperdicie nada de lo que me dan. Así habría que mirar el amor.

Cristo, como todas las personalidades fascinantes, tenía la facultad no ya de decir él cosas hermosas, sino de hacer que otras personas le dijeran cosas hermosas a él; y a mí me encanta la historia que nos cuenta San Marcos de aquella mujer griega -la γυνή Έλληνίς- que, cuando queriendo probar su fe él le dijo que no le podía dar el pan de los hijos de Israel, le contestó que los perrillos -χυνάριχ, «perrillos» habría que traducir- que están debajo de la mesa comen de las migas que los hijos dejan caer. La mayoría de la gente vive para el amor y la admiración. Pero es de amor y admiración de lo que deberíamos vivir. Si algún amor se tiene con nosotros, deberíamos reconocer que somos totalmente indignos de él. Nadie es digno de ser amado. El hecho de que Dios ame al hombre demuestra que en el orden divino de las cosas ideales está escrito que se dé amor eterno a lo que es eternamente indigno. O, si esa frase te suena amarga, digamos que toda persona es digna de amor, salvo la que cree serlo. El amor es un sacramento que habría que recibir de rodillas, y el Domine, non sum dignus tendría que estar en los labios y en los corazones de quienes lo reciben. Desearía que a veces pensaras en eso. Te hace mucha falta.

Si alguna vez vuelvo a escribir, en el sentido de hacer obra artística, hay sólo dos temas sobre los cuales y mediante los cuales deseo expresarme: uno es «Cristo, como precursor del movimiento romántico en la vida»; el otro es «la vida artística considerada en su relación con la conducta». El primero es, sobra decirlo, de una fascinación intensa, pues en Cristo no veo sólo los elementos esenciales del tipo romántico supremo, sino también todos los accidentes, las obstinaciones incluso, del temperamento romántico. Fue la primera persona que dijo a los hombres que debían vivir como las flores. Él fijó la frase. Tomó a los niños como tipo de lo que los hombres debían intentar ser. Los puso como ejemplos a sus mayores, cosa que yo siempre he pensado que es la principal utilidad de los niños, si es que lo perfecto ha de tener alguna utilidad. Dante dice que el alma del hombre viene de la mano de Dios «llorando y riendo como una niña», y también Cristo veía que el alma de cada uno debía ser «a guisa di Janciulla, che piangendo e ridendo pargoleggia». Sentía que la vida era cambiante, fluida, activa, y que dejar que se estereotipase en una u otra forma era la muerte. Dijo que no había que tomar demasiado en serio los intereses materiales, comunes; que ser impráctico era una gran cosa; que no había que afanarse demasiado en los negocios. «Los pájaros no lo hacen, ¿por qué ha de hacerlo el hombre?» Es maravilloso cuando dice: «No penséis en el mañana. ¿No es el alma más que la comida? ¿No es el cuerpo mas que el vestido?». Un griego podría haber dicho la segunda frase. Está llena de sentimiento griego. Pero sólo Cristo pudo decir las dos, y así darnos la vida tan perfectamente compendiada.

Su moral es toda ella simpatía, como debería ser la moral. Aunque lo único que hubiera dicho fuera: «Sus pecados le son perdonados porque mucho amó», habría valido la pena morir por haber dicho eso. Su justicia es toda ella justicia poética, exactamente lo que debería ser la justicia. El mendigo va al cielo porque ha sido infeliz. No concibo mejor razón para que se le envíe allí. Los que trabajan una hora en la viña, al frescor de la tarde, reciben la misma recompensa que los que llevaban todo el día sudando a pleno sol. ¿Y por qué no? Probablemente nadie merecía nada. O acaso fueran personas de otro tipo. Cristo no tenía paciencia con los sistemas obtusos, mecánicos, maquinales, que tratan a las personas como si fueran cosas, y por lo tanto tratan igual a todas: como si hubiera en el mundo una persona, o una cosa si vamos a eso, igual que otra. Para él no había leyes; sólo había excepciones.

Eso, que es la tónica misma del arte romántico, era para él la base propia de la vida real. No veía otra base. Y cuando le llevaron a una mujer sorprendida en acto de pecado y le mostraron su sentencia escrita en la ley y le preguntaron qué había que hacer, él escribió con un dedo en el suelo como si no los oyera, y al cabo, cuando le apremiaron una vez y otra, alzó la vista y dijo: «Aquel de vosotros que nunca haya pecado, sea el primero que le tire la piedra». Valía la pena vivir para decir eso.

Como todas las naturalezas poéticas, amaba a los ignorantes. Sabía que en el alma de un ignorante siempre hay sitio para una gran idea. Pero no soportaba a los estúpidos, sobre todo a los estúpidos por educación: a los que están llenos de opiniones sin comprender ni una sola de ellas, que es un tipo peculiarmente moderno, y resumido por Cristo cuando lo describe como el tipo del que tiene la llave del conocimiento, no sabe usarla él y no deja que otros la usen, aunque con ella se pueda abrir la puerta del Reino de Dios. Su mayor guerra fue contra los filisteos. Ésa es la guerra que tiene que librar todo hijo de la luz. El filisteísmo era la marca de la época y la comunidad en que vivió. Por su lerda cerrazón a las ideas, su respetabilidad obtusa, su ortodoxia tediosa, su adoración del éxito vulgar, su total absorción en el lado materialista y grosero de la vida y su estimación ridícula de sí mismos y de su importancia, los judíos de Jerusalén en tiempos de Cristo eran la exacta réplica de los filisteos británicos en los nuestros. Cristo se burló de los «sepulcros blanqueados» de la respetabilidad, y fijó esa frase para siempre. Trató el éxito mundano como cosa absolutamente despreciable. No veía en él absolutamente nada. Miraba las riquezas como un estorbo para el hombre. No quería ni oír de lo que fuera sacrificar la vida a un sistema de pensamiento o de conducta. Señalaba que las formas y ceremonias se habían hecho para el hombre, no el hombre para las formas y ceremonias. Tomó la observancia del sábado como tipo de las cosas por las que no hay que dar un ochavo. Las filantropías frías, las caridades públicas ostentosas, los pesados formalismos tan queridos para la mentalidad de clase media, los denunció con desdén total e implacable. Para nosotros lo que se llama Ortodoxia es sólo una aquiescencia ininteligente y barata, pero para ellos, y en sus manos, era una tiranía terrible y paralizante. Cristo se la llevó por delante. Mostró que sólo el espíritu tenía valor. Le placía especialmente señalarles que a pesar de estar siempre leyendo la Ley y los Profetas no tenían realmente la menor idea de lo que quería decir ni lo uno ni lo otro. Frente a su afán de partir cada día en su rutina fija de deberes prescritos, lo mismo que hacían partes de la menta y la ruda, él predicó la enorme importancia de vivir completamente para el momento.

Aquellos a quienes salvó de sus pecados se salvan simplemente para momentos bellos de sus vidas. María Magdalena, cuando ve a Cristo, rompe el rico vaso de alabastro que le diera uno de sus siete amantes y derrama las especias aromáticas sobre sus pies polvorientos y cansados, y por ese solo momento estará sentada para siempre con Ruth y Beatriz en las frondas de la nívea Rosa del Paraíso. Lo único que Cristo nos dice a modo de pequeña advertencia es que todo momento debe ser hermoso, que el alma debe estar siempre dispuesta para la venida del Novio, siempre esperando la voz del Amante. Siendo el filisteísmo simplemente ese lado de la naturaleza del hombre que no está iluminado por la imaginación, él ve todas las influencias bellas de la vida como modos de Luz: la imaginación misma es la luz del mundo, τό φως τovχοσμον el mundo es hecho por ella, y sin embargo el mundo no la comprende; porque la imaginación no es sino una manifestación del Amor, y es el amor, y la capacidad para el amor, lo que distingue a un ser humano de otro.

Pero es al tratar con el Pecador cuando es mas romántico, en el sentido de más real. El mundo siempre había amado al Santo como lo más cercano posible a la perfección de Dios. Cristo, por un divino instinto que había en él, parece haber amado siempre al pecador como lo más cercano posible a la perfección del hombre. Su deseo primordial no era el de reformar a las personas, como no era su deseo primordial el de aliviar el sufrimiento. Convertir a un ladrón interesante en tedioso hombre probo no era su objetivo. Habría tenido poca estima por la Sociedad de Ayuda a los Presos y otros movimientos modernos de esa índole. La conversión de un publicano en fariseo no le habría parecido ninguna gran cosa. Pero de una manera aún no comprendida por el mundo él veía el pecado y el sufrimiento como en sí mismos cosas hermosas, santas, y modos de perfección. Parece una idea muy peligrosa. Lo es. Todas las grandes ideas son peligrosas. Que era el credo de Cristo no admite duda. Que sea el credo verdadero yo no lo dudo.

Claro está que el pecador ha de arrepentirse. Pero ¿por qué? Sencillamente porque de otro modo no podría comprender lo que ha hecho. El momento del arrepentimiento es el momento de la iniciación. Más que eso. Es el medio por el que uno altera su pasado. Los griegos lo tuvieron por imposible. A menudo dicen en sus aforismos gnómicos: «Ni los Dioses pueden alterar el pasado». Cristo mostró que el pecador más vulgar podía hacerlo. Que era justo lo que podía hacer. Cristo, si le hubieran preguntado, habría dicho -tengo la certeza absoluta- que en el momento en que el hijo pródigo se hincó de rodillas y lloró, realmente transformó el haber dilapidado su caudal con rameras, y luego guardado cerdos y hambreado por las algarrobas que comían, en episodios hermosos y santos de su vida. A la mayoría de la gente le cuesta trabajo captar la idea. Me atrevería a decir que hay que ir a la cárcel para entenderla. Si es así, quizá merezca la pena ir a la cárcel.

¡Hay algo tan único en Cristo! Claro está que, así como hay falsos amaneceres antes del amanecer, y días de invierno tan llenos de súbito sol que engañan al sabio croco y le hacen malbaratar su oro antes de tiempo, y hacen que algún pájaro tonto llame a su compañera para construir en ramas peladas, así también hubo cristianos antes de Cristo. Eso lo deberíamos agradecer. Lo desdichado es que no haya habido ninguno desde entonces. Hago una excepción, San Francisco de Asís. Pero es que Dios le había dado de nacimiento un alma de poeta, y él mismo de muy joven había tomado por esposa en bodas místicas a la Pobreza; y con alma de poeta y cuerpo de mendigo el camino de la perfección no le fue difícil. Comprendió a Cristo, y por eso vino a ser como él. No hace falta que el Liber Conformitatum nos diga que la vida de San Francisco fue la verdadera Imitatio Christi: un poema comparado con el cual el libro que lleva ese nombre no es más que prosa. De hecho ahí está el encanto de Cristo, a fin de cuentas. El es justamente como una obra de arte. No es que realmente enseñe nada, sino que por entrar en su presencia uno llega a ser algo. Y todos estamos predestinados a su presencia. Por lo menos una vez en su vida, todo hombre camina con Cristo a Emaús.

En cuanto al otro tema, la relación de la vida artística con la conducta, sin duda te parecerá extraño que lo elija. La gente apunta a la prisión de Reading y dice: «Ahí es a donde conduce la vida artística». Pues podría conducir a sitios peores. Las personas más mecánicas, para quienes la vida es una especulación astuta dependiente de un cuidadoso cálculo de medios y recursos, saben siempre a dónde van, y van. Parten del deseo de ser el sacristán de la parroquia, y, cualquiera que sea la esfera en que estén situados, consiguen ser el sacristán de la parroquia y nada más. Un hombre cuyo deseo sea ser algo aparte de sí mismo, ser Miembro del Parlamento, o tendero próspero, o abogado eminente, o juez, o cualquier bobada semejante, de todas consigue ser lo que quiere ser. Ése es su castigo. El que quiera una máscara tiene que llevarla.

sábado, 19 de febrero de 2011

Nocturno II

Nocturno II

Tramitada y discursiva, así cae la noche.
Dicen.
Y mi corazón,
y algunas tierras juntas
que acompasadas discurren por la ribera,
tú, de nuevo tú.
Y yo aquí sigo,
y sigo sin saber para qué sirven los pronombres.


Dolor cabeza abajo,
encontrarnos tan sólo de puntillas,
no hay tiempo,
tu luna cae,
el cristal con el que la miro se hace añicos,
me prolongo y suenan las luces
de altas horas de la madrugada
y ya duermen vestidas
de negro las muñecas,
no hay árboles salvo en mi memoria.
Yo vivo,
¿por qué gritáis
en cuatro paredes?, no encerraré.
Esas voces negras se adhieren a tejidos sin sombra,
conspicuamente en la caja detenida donde se abrazan
inventan
la cinta de doble cara
que nos confía
a esta luna patológica.

Sofía Serra,  febrero 2011

martes, 15 de febrero de 2011

Fotografía desde el espacio de la desembocadura del Guadalquivir

Nunca hago esto, pero hoy me he encontrado esta fotografía en Flickr, la desembocadura del Guadalquivir en el Atlántico (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz), y me gusta tanto un mapa, o en su caso una visión de la superficie terrestre desde arriba, una imagen desde el espacio (se me hace literalmente la boca agua), y este lugar, esta desembocadura en concreto, me habla tanto de todo lo que a veces intento o intuyo que va reflejado en mis poemas, que no me resisto a incluirla.
Eso por un lado, pero por otro, es que estas visiones  transmiten tan exactamente  nuestro verdadero mini/gran poder, que creo que un viajecito a la estratosfera debería estar incluido en la enseñanza obligatoria. Se llegaría con menos "humos" a unas edades algo más maduras en las que se supone debemos empezar a aportar algo más que nuestras hieles y/o ambiciones personales.
La galería es ésta (abajo enlace), y de su autor, que no me queda claro si es un astronauta o la NASA en sí, :D, son todos los derechos. Yo lo cito y pongo su enlace, porque descargar, no está bloqueado, por eso me la traigo vía mi ordenador, en vez  de artilugio de flickr

http://www.flickr.com/photos/magisstra/

y  ésta la fotografía



El muriente

Creo que ya ha aparecido título para este nuevo poemario con el que estoy y que anda aún con la primera marcha metida (creo que debe ser de motor de gasoil, ;) ."¿Te gusta conducir?", ¡sí!, ya sé que el anuncio lo hicisteis para mí, BMW, pero odio los  coches automáticos)


El muriente
Ante el misterio, cantar o callar.
Y me robaron el silencio
hace mucho tiempo.
Cansadas, las rémoras se duermen
al amanecer,
justo oriente.
Canta el mirlo cuando menos se espera,
ave nítida, tan límpido su eco
de montaña.
Un acervo incita,
no duele más, no instiga,
no pervierte el son.
Así que, recuperando un dios que no se oculta,
desde esta memoria hablo:
Mi pecado ha sido
recoger el caudal de genes que mis padres,
padres nuestros, amasaron
para nuestra fortuna.
Padres y madres míos
que engendrasteis este río,
mudad la desembocadura
desde este alba
al muriente,
que ya aquí pernocta la mañana,
que aquí, ya, transitan las corrientes,
que aquí en cuenta abierta, el mirlo canta
sosteniendo en su eco subacuático
todo aquello que, desde las aves y los peces
que poblaron nuestros pies
allá por donde entonces,
el tiempo con banco en el paraíso,
nos hizo
más hombres sin disimulos,
más hombre junto a la piedra de la orilla,
más hombre erguido sobre su bípeda simiente,
que ya otea el horizonte buscando la otra baya,
que ya la introduce en el estómago con su mano,
que más allá del árbol fuente bebe y la digiere,
que qué árbol sino aquél,
que el árbol que el ya hecho leña.

Para la hoguera
de la caverna.

Sofía Serra, Febrero 2011

lunes, 14 de febrero de 2011

La fuente (Para Álex de la Iglesia)

Creo que nunca he dedicado un poema, salvo los explícitos por su hechura, pero hoy lo voy a hacer: Para Álex de la Iglesia. 


La fuente

Desde un circunflejo acto reflejo entablas querella con la suerte.
Nada quiero, sobre nada vuelo.
Bajo la sombra de esta fuente crece el musgo fresco.
Bajo la luz y sus símiles, combaten pacientes las hormigas,
palabras y más palabras para circunscribirnos a lo que somos más allá del albero entre las piedras donde se despistan algunas huellas./
¿Qué signo luminoso se expande sobre su clara geometría?
Bajo la luz no veo ni nada quiero. Más que un asomo.
Un asomo de imperioso gozo, una faz digna que me devuelva aquel ocaso vestido de yerba dorada bajo el amanecer de la noche,/
un justo proclamo del sol sobre el sol,
un combatiente dormido que despierte a su sonrisa.
Una quimera encallecida,
una manos afanosas en el poeta de las suyas abiertas, 
unas flores, unos ojos...
Ojos no busco, pero me asombra encontrarte en los tuyos.
Como si consiguiera verme.


Nocturna suerte del día...

Sofía Serra, Enero 2010 (El deshielo)

(Aquí el video de su discurso en la gala de los premios Goya)

domingo, 13 de febrero de 2011

Contra la ley SINDE: NO VETARÁS ROSAS ROJAS EN EL MAR

Es un disparo antiguo que he rescatado y re-revelado para vestir este cuarto claro de gala para esta noche, porque a la entrega de los Goya se va a protestar contra la ley SINDE. Aunque sea en espíritu, allí estaré.
(leer aquí en el blog de Batania y aquí en en mi blog de la fuente porque aparecen más enlaces)

viernes, 11 de febrero de 2011

Cansancio de débito

Cansancio de débito
en qué animal te has visto devenido,
en qué eficaz endogamia,
en qué sufrida cacería
te perdiste.

Cansado hasta del propio norte,
de sus ojos te redime la circunvalación interna.
La engendraste con menoscaba:
La palabra duerme, duerme.
Se le quedó la encina seca
y no le quedan pies.
Se le tiñó la ubre macho con sangre
y ya no advierte el grano tras la espiga.
Se le quemaron algunos vientres
de otros harenes y algún prostíbulo
y de pronto se ha visto solo
en medio del puente de hierro colado.
Así quedó,
como el poeta
desnudo al sol.
…Hay tantos poetas en este mundo…
tantos como encinas hoy ya muertas.

Sofía Serra, Febrero 2011

miércoles, 9 de febrero de 2011

A Alejandra Pizarnik (republicación)

(siguiendo con las correcciones)


A Alejandra Pizarnik, que se llamaba Flora

No me reconozco en ti.
Así que no debo ser poeta.
Así que te hablaré como un padre,
así:
Hija, hija, hija,
¿cómo ibas a atinarte si hasta borraste tu nombre?
Flora de mi alma,
Flora de tus hermanas, de tus negadas flores,
Flora de mi suerte viva que en tu tierra halla
carne para estas manos que no pudieron acariciarte.
Tus ojos como dos flores de magnolios,
así,
como mis puños de grandes así
tu mirada
de cordera degollada antes de la fruta,
así
mi magnolia flor avienta a los arcontes
que te firmaron sin tu nombre.
Y los espanto, y los ahuyento, y los exilio de este suelo.

Hija, hija, hija, ¿por qué te enterraste dos veces?
... ¿Acaso comiste sin hambre?
Tal vez la tetrarquía y el deleite de la cornucopia
te cortaron la raíz para no anidar en vida,
y así, de tu tallo germinó la muerte,
nombre de los hombres que no aman a las flores.

Lentamente
humanizarlas, a las flores y a las hijas,
segar e izar al sol la espiga que nace
para el cielo de las bocas.
De mis manos a tu cáliz para que derrames polen sobre el suelo,
saliva para el grato vientre desnudo ya
de santos, de palabras y pedestales.

Tú y sus locuras de estatuas vivas,
tú, sin verte como yo te veo
en tus ojos flores de magnolio,
eres, como tantos otros, inocente.
En este suelo tu carne se revuelve
contra sus células suicidas por intentar nutrirte de tu propia dote,
por abastecerte de ti empezando por tu nombre.

Flora, Flora, Flora,
sólo grande o madre de flores,
sin hagiografías ni menosprecios, la justa
dádiva, la manta con el frío, el sol sobre el llano,
el hambre con la vida.
Tú, Flora,
hambre con versos de hambre
tan muerta sin sangre savia
y viva de tus nonatas hijas.
Tuyas son las mías menos muerte más mi sangre:
Menos altares con tu fama, más tierra.
Menos flores en tu tumba, más tuyas.
Menos laurel sobre tu pelo corto, más lilas.
Más tú.
Menos rimas de cenotafio.

Como padre te bautizo de nuevo con tu nombre.
Para eso necesito las palabras (ellas son mis flores
que jardinera fui): Para arreglarte la vida.

Sofía Serra, 2010 (Del bestiario de los inocentes)

martes, 8 de febrero de 2011

praxis poética

praxis poética

a unos
mata
a otros
salva
¿de qué? al final
el suicidio
se ejerce
de cualquier forma con-
                      forma la única práctica
posible: No


experimento.

Sofía Serra, febrero 2011

domingo, 6 de febrero de 2011

Practico la hablación

Practico la hablación

y vuestras mudas y nudas voces arrancadas
de vuestras bocas, vuestro esófago,
vuestra tripa, mis ovarios,
vuestras roncas
y granadas
rosas
rojas
lágrimas en el pétalo siguiente,
el conspicuo
y detenido, ablatado altar de dioses,
y tu tierna guerra y tus galgas piernas,
y tus manos leves blancas
ya
para nada.
para blande espada, que suturen,
que revienten sus oculares
sobre sima, sobre duda,
con mi finta, con mi sesgo,
con tu grito,
con mis manos
mataré al hijo insano
que te abla, que te blinda a ti
de ti,
a nosotras
que te hablamos, que te hablo por mi boca,
que los ablo por sus cuellos:


Sangre para la tierra, que en ella es fértil.
Sus cerebros,
para los perros.

Sofía Serra,6 febrero 2011

De profundis (XI). Oscar Wilde


Cuando digo que estoy convencido de estas cosas hablo con demasiado orgullo. A lo lejos, como una perla perfecta, se ve la ciudad de Dios. Es tan maravillosa que parece como si un niño pudiera alcanzarla en un día de verano. Y un niño podría. Pero para mí y los que son como yo es diferente. Se puede captar una cosa en un momento único, pero se la pierde en las largas horas que le siguen con pies de plomo. Es tan difícil mantener «las alturas que el alma es capaz de coronar». Es en la Eternidad donde pensamos, pero nos movemos despacio por el Tiempo; y de cómo pasa de despacio el tiempo para los que estamos en la cárcel no hace falta que vuelva a hablar, ni del cansancio y la desesperación que se te filtran en la celda, y en la celda del corazón, con una insistencia tan extraña que tiene uno, por así decirlo, que engalanar y barrer la casa para recibirlos como para un invitado inoportuno, o un amo acerbo, o un esclavo del cual fuera uno esclavo por suerte o por desgracia. Y, aunque en el presente te cueste creerlo, no por ello es menos cierto que para ti, que vives con libertad, comodidad y ocio, es más fácil aprender las lecciones de la Humildad que para mí, que empiezo el día hincándome de rodillas y fregando el suelo de mi celda. Porque la vida de presidio, con sus incontables privaciones y restricciones, te hace rebelde. Lo más terrible no es que te rompa el corazón -los corazones están hechos para romperse-, sino que te lo petrifica. A veces se tiene la impresión de que sólo con una frente de bronce y labios de desdén es posible llegar al final del día. Y el que está en estado de rebeldía no puede recibir la gracia, por emplear la frase que tanto le gusta a la Iglesia -y con tanta razón, me atrevo a decir-; porque en la vida, como en el Arte, el estado de rebeldía cierra los cauces del alma, y no deja entrar los aires del cielo. Pero yo tengo que aprender esas lecciones aquí, si he de aprenderlas en alguna parte, y he de estar lleno de alegría si tengo puestos los pies en el buen camino y vuelto el rostro hacia «la puerta que se llama Hermosa», aunque pueda caerme muchas veces en el fango, y extraviarme a menudo en la niebla.
Esta vida nueva, como por mi amor a Dante me gusta a veces llamarla, por supuesto que no es ninguna vida nueva, sino sencillamente la continuación, por desarrollo y evolución, de mi vida anterior. Recuerdo, estando en Oxford, haberle dicho a uno de mis amigos -íbamos paseando por las veredas estrechas de Magdalena, pobladas de pájaros, una mañana de junio antes de mi graduación- que quería comer del fruto de todos los árboles del jardín del mundo, y que salía al mundo con esa pasión en mi alma. Y así fue, efectivamente, como salí, y así viví. Mi único error fue limitarme tan exclusivamente a los árboles de lo que me parecía ser el lado soleado del jardín, y esquivar el otro lado por su sombra y su oscuridad. El fracaso, la desgracia, la pobreza, el dolor, la desesperación, el sufrimiento, las lágrimas incluso, las palabras truncas que salen de los labios del dolor, el remordimiento que hace caminar sobre espinas, la conciencia que condena, la humillación de uno mismo que castiga, la miseria que pone cenizas sobre su cabeza, la angustia que escoge la arpillera por vestido y en su propia bebida pone hiel, todas ésas eran cosas que me daban miedo. Y como había resuelto no saber nada de ellas, me vi obligado a probarlas una tras otra, a nutrirme de ellas, a pasar un tiempo, de hecho, sin otro alimento. No lamento ni un solo instante haber vivido para el placer. Lo hice hasta el fondo, como se debe hacer todo lo que uno haga. No hubo placer que no experimentara. Eché la perla de mi alma a una copa de vino. Bajé por el sendero de las prímulas al son de flautas. Viví de miel. Pero haber continuado en la misma vida habría sido malo porque habría sido limitador. Tenía que pasar adelante. La otra mitad del jardín también tenía sus secretos para mí.
Naturalmente, todo eso está anunciado y prefigurado en mi arte. Algo está en «El príncipe feliz»; algo en «El joven rey», sobre todo en el pasaje donde el obispo le dice al muchacho arrodillado: «El que hizo la desdicha, ¿no es mas sabio que tú?», una frase que cuando la escribí me pareció poco mas que una frase; mucho está oculto en la nota de Fatalidad que corre como un hilo de púrpura por el paño de oro de Dorian Cray; en «El crítico artista» está expuesto en muchos colores; en El alma del hombre está consignado con sencillez y en letras demasiado fáciles de leer; es uno de los estribillos cuyos motivos recurrentes hacen que Salomé se parezca tanto a una pieza musical y la traban como una balada; en el poema en prosa del hombre que del bronce de la imagen del «Placer que vive para un Momento» tiene que hacer la imagen del «Dolor que permanece para Siempre», está encarnado. No podría haber sido de otro modo. En cada momento de nuestra vida somos lo que vamos a ser no menos que lo que hemos sido. El Arte es un símbolo, porque el hombre es un símbolo.
Es, si soy capaz de alcanzarlo plenamente, la realización última de la vida artística. Porque la vida artística es simple autodesarrollo. La humildad en el artista es su aceptación franca de todas las experiencias, lo mismo que el Amor en el artista es simplemente ese sentido de la Belleza que revela al mundo su cuerpo y su alma. En Mario el epicúreo Pater pretende reconciliar la vida artística con la vida de la religión, en el sentido profundo, dulce y austero de la palabra. Pero Mario es poco más que un espectador: un espectador ideal, sí, y a quien le es dado «contemplar el espectáculo de la vida con emociones apropiadas», que es como Wordsworth define el verdadero objetivo del poeta; pero sólo un espectador, y quizá una pizca demasiado atento a la elegancia de las vasijas del Santuario para darse cuenta de que lo que contempla es el Santuario del Dolor.
Yo veo un nexo mucho más íntimo e inmediato entre la verdadera vida de Cristo y la verdadera vida del artista, y me produce un vivo placer pensar que mucho antes de que el Dolor se enseñorease de mis días y me atase a su rueda había yo escrito en el alma del hombre que el que quiera vivir como Cristo tiene que ser entera y absolutamente él mismo, y había tomado como tipos no sólo al pastor en el monte y el preso en su celda, sino también al pintor para quien el mundo es un desfile y el poeta para quien el mundo es una canción. Recuerdo haberle dicho una vez a Ándré Gide, estando con él en un café de París, que la Metafísica tenía escaso interés real para mí y la Moral absolutamente ninguno, pero que no había nada de cuanto dijeron Platón o Cristo que no pudiera trasladarse inmediatamente a la esfera del Arte, y ahí encontrar su total cumplimiento. Era una generalización tan profunda como novedosa.
Y no es únicamente que en Cristo se descubra esa unidad estrecha de personalidad y perfección que es lo que realmente distingue el Arte clásico del romántico y hace de Cristo el verdadero precursor del movimiento romántico en la vida, sino que la propia base de su naturaleza era la misma que la de la naturaleza del artista, una imaginación intensa y flamígera. Él realizó en toda la esfera de las relaciones humanas esa simpatía imaginativa que en la esfera del Arte es el único secreto de la creación. El comprendió la lepra del leproso, la tiniebla del ciego, la fiera miseria de los que viven para el placer, la extraña pobreza de los ricos. Ahora verás ¿verdad que sí? que cuando me escribiste en mi tribulación: «Cuando no estás en tu pedestal no eres interesante. La próxima vez que estés enfermo me iré inmediatamente», estabas tan lejos del verdadero temple del artista como de lo que Matthew Arnold llama «el secreto de Jesús». Lo uno o lo otro te habría enseñado que lo que le ocurra a otro te ocurre a ti, y si quieres una inscripción para leerla al alba y a la noche, y para el placer o para el dolor, escribe en la pared de tu casa con letras que el sol dore y la luna argente: «Lo que le ocurra a otro me ocurre a mí»; y si alguien te preguntase qué puede querer decir esa inscripción, respóndele que quiere decir «el corazón del Señor Jesucristo y el cerebro de Shakespeare».
Es cierto que el sitio de Cristo está con los poetas. Toda su concepción de la Humanidad brotaba directamente de la imaginación y sólo se puede realizar con ella. Lo que Dios era para el Panteísta era el hombre para él. Él fue el primero en concebir las razas divididas como una unidad. Antes había dioses y hombres. Él solo vio que en los montes de la vida no había más que Dios y Hombre, y, sintiendo a través del misticismo de la simpatía que en él se habían encarnado ambos, se llama a sí mismo Hijo del Uno o hijo del otro, según su talante. Más que ninguna otra persona histórica despierta en nosotros ese temple de asombro al que el Romance siempre apela. Para mí sigue habiendo algo casi increíble en la idea de un joven campesino de Galilea que imagina poder llevar sobre sus hombros la carga del mundo entero: todo lo que ya se había hecho y sufrido, y todo lo que quedaba por hacer y sufrir: los pecados de Nerón, de César Borgia, de Alejandro VI, y del que fue Emperador de Roma y Sacerdote del Sol; los sufrimientos de aquellos cuyo nombre es Legión y que tienen su morada entre los sepulcros, las nacionalidades oprimidas, los niños de las fábricas, los ladrones, los encarcelados, los proscritos, los que enmudecen bajo la opresión y cuyo silencio sólo lo oye Dios; y que no sólo lo imagina sino que lo logra, de suerte que en el momento presente todos los que entran en contacto con su personalidad, aunque quizá no se inclinen ante su altar ni se arrodillen ante su sacerdote, empero sienten de algún modo que la fealdad de sus pecados desaparece y la belleza de su dolor se les revela.
He dicho de él que su sitio está con los poetas. Es verdad. Shelley y Sófocles son de los suyos. Pero su vida entera también es el más maravilloso de los poemas. En «piedad y terror» no hay nada en todo el ciclo de la Tragedia Griega que la alcance. La absoluta pureza del protagonista eleva el plan entero a una altura de arte romántico del que los sufrimientos del «linaje de Tebas y de Penélope» quedan excluidos por su mismo horror, y demuestra cuánto erraba Aristóteles al decir en su tratado sobre el Drama que sería imposible soportar el espectáculo del dolor de un inocente. Ni en Esquilo ni en Dante, maestros severos de la ternura, ni en Shakespeare, el más puramente humano de todos los grandes artistas, ni en la totalidad del mito y la leyenda celtas, donde la galanura del mundo se muestra a través de una bruma de lágrimas y la vida de un hombre no es más que la vida de una flor, hay nada que en pura simplicidad de patetismo fundida y unida con sublimidad de efecto trágico pueda ni equipararse ni acercarse siquiera al último acto de la Pasión de Cristo. La parva cena con sus compañeros, de los cuales uno ya le había vendido a un precio; la angustia en el silencioso olivar bajo la luna; el falso amigo que se acerca para entregarle con un beso; el amigo que todavía creía en él, y en quien como sobre una roca había esperado edificar su Casa de Refugio para el Hombre, que le niega cuando el gallo grita al amanecer; su soledad absoluta, su sumisión, su aceptación de todo; y al lado de todo eso, escenas como el sumo sacerdote de la Ortodoxia que se rasga iracundo las vestiduras, y el Magistrado de la Justicia Civil que pide agua con la vana esperanza de limpiarse de esa mancha de sangre inocente que hace de él la figura escarlata de la Historia; la ceremonia de coronación del Dolor, una de las cosas más prodigiosas que haya en toda la crónica de los tiempos; la crucifixión del Inocente ante los ojos de su madre y del discípulo al que amaba; los soldados que se juegan sus ropas a los dados; la terrible muerte con que dio al mundo su símbolo más eterno; y su entierro final en el sepulcro del hombre rico, con el cuerpo envuelto en lino egipcio y especias y perfumes caros como si hubiera sido el hijo de un Rey: cuando se contempla todo eso desde el punto de vista del Arte solamente, no se puede por menos de agradecer que el oficio supremo de la Iglesia sea la representación de la tragedia sin el derramamiento de sangre, la presentación mística mediante diálogo y vestidura y gesto incluso de la Pasión de su Señor, y es siempre una fuente de placer y profundo respeto para mí recordar que la última supervivencia del Coro griego, por lo demás perdido para el arte, se encuentra en el acólito que responde al sacerdote en la Misa.
Y sin embargo la vida de Cristo -tan enteramente pueden Dolor y Belleza ser una sola cosa en su significado y manifestación- es realmente un idilio, aunque acabe con el velo del templo desgarrado, y las tinieblas cubriendo la faz de la tierra, y la piedra rodada a la puerta del sepulcro. Uno siempre piensa en él como un joven novio con sus compañeros, como de hecho él mismo se describe en una ocasión, o un pastor que se pierde por el valle con sus ovejas en busca de prado verde o arroyo fresco, o un cantor que con música intenta alzar los muros de la ciudad de Dios, o un amante para cuyo amor el mundo entero era pequeño. Sus milagros me parecen tan exquisitos como la llegada de la Primavera, e igual de naturales. No encuentro dificultad alguna en creer que fuera tal el encanto de su personalidad que su mera presencia pudiera poner paz en las almas angustiadas, y que los que tocaban su vestido o sus manos se olvidaran de sus dolores; o que, a su paso por el camino de la vida, gente que no había visto nada de los misterios de la vida los viera claramente, y otros que habían sido sordos a toda voz que no fuera la del Placer oyeran por vez primera la voz del Amor y la encontraran tan «musical como el laúd de Apolo»; o que las malas pasiones huyeran ante él, y hombres cuyas vidas embotadas sin imaginación no habían sido sino un modo de muerte se alzaran como del sepulcro a su llamada; o que, cuando enseñaba en la ladera, la multitud se olvidara de su hambre y su sed y los cuidados de este mundo, y que a los amigos que le escuchaban al sentarse a comer la comida grosera les pareciera delicada, y el agua supiera a buen vino, y la casa entera se llenara de la fragancia y la dulzura del nardo.
Renan, en su Vie deisus -ese gentil Quinto Evangelio, el Evangelio según Santo Tomás se le podría llamar-, dice no sé por dónde que el gran logro de Cristo fue hacerse tan amado después de su muerte como lo había sido en vida. Y ciertamente, si su lugar está con los poetas, es el cabeza de todos los amantes. Él vio que el amor era ese secreto perdido del mundo que los sabios venían buscando, y que únicamente a través del amor podía uno acercarse al corazón del leproso o a los pies de Dios.
Y, sobre todo, Cristo es el más supremo de los Individualistas. La humildad, como la aceptación artística de todas las experiencias, no es sino un modo de manifestación. Es el alma del hombre lo que Cristo anda buscando siempre. La llama «el Reino de Dios y la encuentra en toda persona. La compara con cosas pequeñas, con una semilla diminuta, con un puñado de levadura, con una perla. Porque sólo realiza uno su alma desprendiéndose de todas las pasiones ajenas, de toda la cultura adquirida, y de todas las posesiones exteriores, sean buenas o malas.
Yo aguanté frente a todo con cierta testarudez de la voluntad y mucha rebelión de la naturaleza hasta que no me quedó nada en el mundo más que Cyril. Había perdido mi nombre, mi posición, mi felicidad, mi libertad, mi hacienda. Era un preso y un indigente. Pero aún me quedaba una sola cosa hermosa, mi hijo mayor. De improviso la ley me lo quitó. Fue un golpe tan atroz que no supe qué hacer, así que me tiré de rodillas, y agaché la cabeza, y lloré y dije: «El cuerpo de un niño es como el cuerpo del Señor: no soy digno de ninguno de los dos». Ese momento pareció salvarme. Entonces vi que lo único que había para mí era aceptarlo todo. Desde entonces -por curioso que esto sin duda te resulte- he sido más feliz.
Era, por supuesto, mi alma en su esencia última lo que había alcanzado. De muchas maneras yo había sido su enemigo, pero me la encontré esperándome como amiga. Cuando se entra en contacto con ella, el alma le hace a uno sencillo como un niño, como dijo Cristo que había que ser. Es trágico que tan pocas personas «posean su alma» antes de morir. «Nada hay más infrecuente en todo hombre», dice Emerson, «que un acto que sea propiamente suyo». Es totalmente cierto. La mayoría de las personas son otras personas. Sus pensamientos son las opiniones de otro, su vida un remedo, sus pasiones una cita. Cristo no fue sólo el Individualista supremo, sino el primero de la Historia. Se ha querido hacer de él un vulgar Filántropo, como los espantosos filántropos del siglo diecinueve, o se le ha colocado como Altruista al lado de los acientíficos y los sentimentales. Pero en realidad no fue ni lo uno ni lo otro. Tiene compasión, naturalmente, de los pobres, de los que están encerrados en las cárceles, de los humildes, de los desdichados, pero tiene mucha más compasión de los ricos, de los hedonistas duros, de los que dilapidan su libertad en hacerse esclavos de las cosas, de los que visten telas suaves y viven en las casas de los reyes. La Riqueza y el Placer le parecían tragedias realmente mayores que la Pobreza y el Dolor. Y en cuanto al Altruismo, ¿quién supo mejor que él que es la vocación y no la volición lo que nos determina, y que no se pueden recoger uvas de los espinos ni higos de los cardos?
Vivir para los demás como objetivo concreto y deliberado no fue su credo. No fue la base de su credo. Cuando dice: « Perdonad a vuestros enemigos», no lo dice por el bien del enemigo sino por el bien de uno mismo, y porque el Amor es más bello que el Odio. Cuando ruega al joven al que amó con verle: «Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres», no es en el estado de los pobres en lo que está pensando, sino en el alma del joven, el alma gentil que la riqueza estaba desfigurando. En su visión de la vida coincide con el artista que sabe que por la ley inevitable del propio perfeccionamiento el poeta ha de cantar, y el escultor pensar en bronce, y el pintor hacer del mundo espejo de sus estados de ánimo, tan seguro y tan cierto como que el majuelo ha de florecer en primavera, y el trigo llamear de oro al tiempo de la siega, y la Luna en sus ordenadas andanzas cambiar de escudo en hoz y de hoz en escudo.
Pero aunque Cristo no dijera a los hombres: «Vivid para los demás», señaló que no había diferencia real entre las vidas de los demás y la vida propia. De esta forma dio al hombre una personalidad extendida, de titán. Desde su venida, la historia de cada individuo es, o se puede hacer, la historia del mundo. Claro está que la Cultura ha intensificado la personalidad del hombre. El Arte nos ha hecho mentalmente multitudes. Quienes poseen el temperamento artístico van al destierro con Dante y aprenden cuán salado es el pan de otros y cuán empinadas sus escaleras; captan por un momento la serenidad y la calma de Goethe, pero saben muy bien por qué Baudelaire gritó a Dios:

O Seigneur, donnez-moi la force et le courage De contempler mon corps et mon suer sans dégoût.
[Señor, dame valor y fortaleza / para contemplar mi cuerpo y mi corazón sin asco.]

De los sonetos de Shakespeare extraen, quizá para su daño, el secreto de su amor y se lo apropian; miran con ojos nuevos a la vida moderna porque han escuchado un nocturno de Chopin, o manejado cosas griegas, o leído la historia de la pasión de un hombre muerto por una mujer muerta cuyos cabellos eran como hilos de oro fino y cuya boca era una granada. Pero la simpatía del temperamento artístico va necesariamente a lo que ha hallado expresión. En palabras o en color, en música o en mármol, tras las máscaras pintadas de un drama de Esquilo o por las cañas horadadas y unidas de un pastor siciliano tienen que haberse revelado el hombre y su mensaje.
Para el artista, la expresión es el único modo de concebir la vida. Para él lo mudo está muerto. Pero para Cristo no era así. Con una imaginación tan ancha y tan prodigiosa que casi espanta, él tomó por reino suyo el mundo entero de lo que no se expresa, el mundo sin voz de la pena, y se hizo su portavoz eterno. A ésos de los que he hablado, los que enmudecen bajo la opresión y «cuyo silencio sólo lo oye Dios», los escogió por hermanos. Quiso ser ojos para los ciegos, oídos para los sordos, y un grito en los labios de los que tenían la lengua atada. Su deseo fue ser, para los incontables que no habían encontrado palabra, una trompeta con que llamar al Cielo. Y sintiendo, con la naturaleza artística de alguien para quien el Dolor y el Sufrimiento eran modos de realizar su concepción de lo Bello, que una idea no tiene ningún valor hasta que se encarna y se hace imagen, él hace de sí mismo la imagen del Varón de Dolores, y como tal ha fascinado y dominado el Arte como ningún dios griego lo consiguió jamás.
Porque los dioses griegos, a pesar del blanco y rojo de sus miembros hermosos y ligeros, no eran realmente lo que parecían. El curvo sobrecejo de Apolo era como el orbe del sol creciente sobre un monte al amanecer, y sus pies eran como las alas de la mañana, pero él había sido cruel con Marsias y había dejado a Niobe sin hijos; en los acerados escudos de los ojos de Palas no había habido piedad para Aracne; Hera no tuvo en verdad más cosa noble que su pompa y sus pavones, y el propio Padre de los Dioses había sido demasiado aficionado a las hijas de los hombres. Las dos figuras hondas y sugestivas de la mitología griega fueron, para la religión, Deméter, una diosa de la tierra, no del número de los Olímpicos, y para el arte Dionisos, hijo de una mujer mortal para quien el momento de alumbrarle fue también el momento de morir.
Pero la Vida misma, de su más modesta y humilde esfera, dio alguien mucho más maravilloso que la madre de Proserpina o el hijo de Sémele. Del taller de carpintero de Nazaret había salido una personalidad infinitamente mayor que cuantas hicieran el mito o la leyenda, y, cosa extraña, destinada a revelar al mundo el significado místico del vino y la belleza real de los lirios del campo como nadie, ni en el Citerón ni en Enna, lo había hecho nunca.
El canto de Isaías, «Es despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores y sabedor de la aflicción: y nos ocultamos el rostro ante él», le pareció una prefiguración de sí mismo, y en él la profecía se cumplió. No hemos de tener miedo de una frase como ésa. Cada obra de arte es el cumplimiento de una profecía. Porque cada obra de arte es la conversión de una idea en imagen. Cada ser humano debe ser el cumplimiento de una profecía. Porque cada ser humano debe ser la realización de un ideal, o en la mente de Dios o en la mente del hombre. Cristo halló el tipo, y lo fijó, y el sueño de un poeta virgiliano, en Jerusalén o en Babilonia, dentro de la larga marcha de los siglos se hizo carne en él a quien el mundo estaba esperando. «Tenía el semblante más desfigurado que el de ningún hombre, y su forma más que los hijos de los hombres», son algunos de los signos que advierte Isaías como distintivos del nuevo ideal, y, tan pronto como el Arte entendió lo que se significaba, se abrió como una flor en la presencia de uno en quien la verdad en el Arte se desplegó como jamás hasta entonces. Pues ¿no es la verdad en el Arte, como he dicho, «aquello en que lo exterior se hace expresivo de lo interior; el alma encarnada, y el cuerpo movido por el espíritu; aquello en que la Forma revela»?

sábado, 5 de febrero de 2011

Estado de sitio

Estado de guerra

Y las Rosas.
A duras penas y en rudos palos rosas
en el cuartel de los barrios de siempre,
los prohibidos a este pellejo de incandescente dolor,
los aleteados a golpes de culatas menores
como ínfimas oportunidades de rebajas
en las otras pieles.

Y soporto manca el puente,
y mis pies se hunden más y más en el limo
y hasta la boca me salta en pedazos vencida
por otros lentos (muertos)
y perpetuos barros que se me adhieren.
Inercia o sólo piedra de sal,
la cantera se me muda
y ya ni me extraigo.

Son nuestras piedras las que permanecen imantadas al frío,
y comunican,
y los crisantemos (flores de muertos que lucimos como margaritas) y las bestias
se comunican,
y las jarcias y el velamen
comunican
el nunca estrecho canal
de lo omitido.

Sofía Serra (Febrero, 2011)

jueves, 3 de febrero de 2011

Tal vez desde el silencio

El disparo de la fotografía, del 2007. El poema de este septiembre u octubre. El primero lo redescubrí el otro día y, entonces, me puse a revelarlo. No sé cómo se han unido, pero de pronto saltó la Verboluz. Hoy sé que son uno, una.


Título de la fotografía: Branquias




Sirena muda II
poema del des (en) canto


¿De qué nieve y tierra se alimentan los barrizales de tu olvido?


Me pregunto en un hueco qué hay de cierto
en este beso de la forma al contenido de tu pecho,
y del soneto que dibuja tu sonrisa,
tan lejos, tan lejos,
me pregunto qué, con acento de “lejos
quedan esas prendas que abastecen tu rubia boca de día”,
me pregunto, acompañando al tiempo
le pregunto a mis dedos.
Si algo me fascinó fue la faz de tus fauces
abiertas al aire del claro de luna
invertida cuando crece o decrece...
Cara y clara fuente,
pintas al incólume clavel
que sobre ascuas se abrasó:
Aromaterapia
para mis rojas branquias.

Sofía Serra, 2010

miércoles, 2 de febrero de 2011

Contribuir

Contribuir

Le fue dado.
La mujer del César no tiene que parecer honesta.
Con que lo sea,
me basta,
me sobran las migajas
del pan nuestro de cada día
salvo el de en medio
que es puerta al infierno
del sin tú,


los días


son tan cóncavos que les quepo entera
por las otras manos,
por sus manos
me llega
la primera vida,
la primera vida siempre marcha,
siempre en marcha
deduzco
que es mi inercia
la muerte.

Sofía Serra, Enero 2010

Logotipo para Bohodón y algunos recuerdos



En los últimos días, mejor, semanas,  he estado diseñando este logotipo para Bohodón (está de más, pero el marco gris es sólo el soporte sobre el que suelo mostrar las imágenes, es decir que no pertenece al propio logotipo en sí). Se trataba de intentar una especie de afiche que sirviera para situarlo en las páginas de cada libro con el fin de enlazarlo a su sitio en una librería virtual que la editorial ha creado y desde la que se puede acceder a la adquisición de cada libro vía "sin intermediarios", es decir, comprándolos a la propia editorial. Me hacía mucha ilusión por el nombre tan bonito que la reconoce   y porque volvía a retomar un trabajo en el que durante años estuve más implicada. 

A decir verdad, cuando me inicié en el mundo de la informática. Recuerdo que al ser de letras,  y cuando esto de los ordenadores iba adquiriendo cada vez más importancia en la mente de los españoles, era de las que no quería ver un ordenador ni en pintura (hablo como de hace unos 15 años). Los "reconocía" porque mi cuñado era/es programador, cuando aquí casi nadie sabía ni lo que eso significaba y porque a mi hermano, que era  más joven de la familia, se le compró uno siendo aún estudiante. Éste aún funcionaba tan sólo a través del sistema MS-2. Me recuerdo perfectamente intentando empaparme el manual que mi hermano por aquel entonces adquirió para hacerse con su manejo.

Posteriormente, cuando ya me casé y nuestro hijo cumplió 4 o 5 años estimamos que el ordenador se convertiría en un futuro cercano en una herramienta imprescindible para su educación, así que decidimos adquirir el primero de la casa, para que se fuera haciendo a su manejo. Mi cuñado nos instaló algunos programillas y como él sabía  de mi gusto por la fotografía (entonces sólo practicaba la analógica, aún no se habían inventado las digitales), la pintura al óleo, etc, en definitiva todo lo que tuviera que ver con el mundo de la imagen,  me instaló un "programita" (entonces no existían los  problemas  de hoy para usar copias sobre ellos) con el que justo me inicié en el mundo de la informática, el Corel Draw.

Yo seguía resistiéndome al ordenador. Hasta que abrí el susodicho programa. Los ojos igualmente  se me abrieron, como platos.

Así que, como suele sucederme con todo lo que despierta mi interés, me embarqué de lleno en el aprendizaje de sus intríngulis. Adquirí la versión oficial junto con el manual, que me empapé entero.
Total, que al final, me recuerdo perfectamente, conseguí manejar el corel  casi al 90%, cuando me veía,  por ejemplo, sin saber  usar un copiar y pegar en el sistema windows (lo recuerdo porque fue cuando comencé a adentrarme en internet y por entonces resultaba importante para el uso del navegador). Por aquel entonces diseñé algunos logotipos para empresas más o menos cercanas por conocimiento particular, así como catálogos de productos para otras. Recuerdo especialmente uno que hice para una empresa de jamones de la sierra de Jabugo, nunca se me olvidará, la de  bodegones con surtido de chacinas incluidos  magníficos jamones de esa zona, que iba improvisando sobre la marcha con la ayuda de telas y demás parafernalia que este tipo de trabajos requieren. Igualmente  unos carteles que elaboré para una empresa de alimentación que surtía de carne a las carnicerías de los supermercados Día de Sevilla; realicé una serie bastante amplia, unos ocho o nueve creo recordar que se llevaron muchos años adornando las paredes de esos recintos. Al principio me gustaba verlos. Conforme pasaba el tiempo, sentía cierto sonrojo, :), todo hay que decirlo, y ya después menos mal que por el normal paso del tiempo fueron desapareciendo de la vista.

O sea y retomando el hilo, que de alguna forma, o de todas, mi acceso a la informática llegó de la mano de un programa de diseño gráfico al que siempre recordaré con mucho cariño y le estaré agradecida, por el mundo que abrió delante de mis ojos. Después, y como la suite corel incluye un programa de edición de fotografía, el corel photopaint, entreví las posibilidaddes con respecto a ella. Aún escaneaba las copias que tenía resultado de los disparos con la analógica. La digital apareció casi inmediatamente después, y ya años después comencé a usar también el Photoshop para su edición en el ordenador. Hoy en día hasta éste ha quedado relegado a un segundo y hasta tercer término cuando de editar (revelar) disparos se trata.

Volviendo a esta especie de logotipo, no puedo llamarlo logotipo exactamente, busqué algo que pudiera utilizarse después para otras necesidades que pudieran surgir. Como contaba con un bonito nombre, perseguí la factura de alguna especie de icono que en cualquier momento pudiera ser usado aparte, y que una vez acostumbrado el espectador,  identificara al nombre de la librería. Lo he compuesto en modo rectangular por las necesidades particulares inmediatas y actuales, pero igualmente, caso de que se necesite, podría extenderse situando, por ejemplo, el nombre en horizontal y colocando el simbolito a cualquier lado o simplemente en medio sustituyendo a la "i", u otro modo de diversificación, sobre este mismo ortógono que el afiche compone aplicar cualquier sistema de conversión, ya pasándolo a un blanco y negro exacto, caso de impresión de documentos administrativos, por ejemplo,  o simplemente dándole aspecto que se requiera mediante la intervención de filtros adecuados, así como hasta en un momento dado poder cambiar la tipografía del propio nombre en sí, sin que por ello resulte roto el enlace mental que la creación de este tipo de artefactos lleva implícita.

Creo que en este tipo de trabajos resulta importante que lo diseñado lleve incorporado un abanico extenso de uso y posibles modificaciones, sin que por ello deje de identificarse como imagen de lo que pertinente sea, es decir, que resulte versátil, que la propia "marca" en sí no se sienta constreñida por lo que sea se elabore.

Dejo enlace aquí a mi libro (creo que sería cometer grave pecado de modestia excesiva dejar cualquier otro) para que quien lo desee pueda entrever cómo funciona. En poco tiempo la editorial anunciará la creación de la librería, cuando esté a pleno rendimiento, pero como ya está muy completa, yo no podía resistirme a registrar ya aquí algo que tan buenos (*) recuerdos me ha traído y en lo que he trabajado con muchísima ilusión.

Aquí el enlace a mi libro donde se puede apreciar el funcionamiento el artefacto.

(*) buenos para quedarme conmigo misma más allá del mundo y sus miserias. También malos al recordar a la empresa a la que le hice los carteles para los Día, pero como para ella ya elaboré mi propia venganza vía poesía y a modo de catarsis en poemas, ya puedo obviar su maléfica presencia en algunos años de mi vida...es decir, ya pude atragantarla con mis propias manos, aunque aún no están muertos del todo, esos males. Ya no depende de mí. Conglomerado somos esta sociedad que habitamos y hacemos posible.

martes, 1 de febrero de 2011

Poema a oscuras

Poema a oscuras

No ya más sin el vivir que de ti emerge, penumbra de estío, curandera del olvido,
quejigo amilanado que en la gruta de la nieve estira sus raíces lentas y fuertes,
luchando, luchando:
aterciopelando las húmedas arcillas, moldeando subsuelos de tierra blanda y pura,
blandiendo las espadas afiladas de quebrados aconteceres, gimiendo a tiempo:
al son, al son
del torpe denuedo, de la grávida y lenta menoscaba,
de la imperiosa batalla sobre las arenas que bordean a la fuente:
bebiendo, bebiendo, llenando pulmones que se durmieron clamando,
llorando, manando molde sobre molde de la lágrima siguiente:
reniegos, tan sólo reniegos de líquidos veneros que combaten la dura cumbre de la suerte.
Sin oreo.
Sin aire en mi tierra, mi tierra, el secreto a voces de mi tumba abierta:
Que yo ya muero,
que yo ya me muero perteneciendo a esta sombra inútil.
Que yo ya sin ti no soy más que un asomo de duda,
apenas remedo de la estrella combativa aprisionada en este lecho tan frío.
Y las deseo plenas.
A la duda y a la tierra.
... La tierra, la tierra, qué sola se queda ella con la nieve.
...Sin verte, sin verte más que en el hálito cohibido del acaso del sol sobre la sombra de la nube
tras el desangelante orgasmo de la soberbia.

...Y la sombra, la sombra, se queda tan sola mi pobre sombra... ¡oh, sí, sola!
Sola, no más que sola.
Apenas mente, olvido apenas,
a duras penas ya muerte,
ya sin cuerpo que la eleve
a la cálida luz del cielo azul celeste.

Sofía Serra,  Enero 2010 (De El deshielo)
 
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