viernes, 6 de noviembre de 2009

Paisaje para una embestida



La suerte del extravío

Los árboles crecen y las pesadillas se desnudan simulando/
ser dueñas de un cuerpo que no les incumbe./
Asoman lujuriantes, ávidas de la gangrena que absorbe el porvenir en el lapso de una vida,/
queman su oscura bandera legitimando/
el derecho a la menoscaba, a la putrefacción que toda simiente dormida,/
y no recolectada por la hormiga,/
padece o disfruta./
¿Quién se deleita más en el gozo, este gozo sacrílego del porvenir,/
que las irascibles fauces de la parsimonia disfrazada?/
A punto de extraer del fuego al gigante anestesiado, concluyo,/
sin mas piedras que las que la gata evita allá por los tejados de la plateada lumbre,/
que ser de mies no inflama./
...Tiempo de subasta, de efímera protesta contra el sol,/
te celebro como una compañía hacia la edad, la de la rubicundez protegida, la de los erguidos estandartes plegados sobre el viento, llamas irisadas/
sobre el aire genuino e inocente, víctima de nuestro propio vahído, de la lentitud por el proclamo y la desmedida en nuestro sueño./

¿Sobre qué gimes?/
¿De qué te vale el cielo si de él tan sólo cuelgas?/
¿Con qué ánima bendecirás el extenso páramo incandescente sobre el que evades tus nocturnas, como/
camelias blancas, blancas camelias,/
palabras,/
tu misma simiente de hacedora?/
Incruento y pervertido cántico sonoro a todas luces bajo el palio extendido de tu sin voz mudanza./
Canta la noche hermosa cundida de parabienes del exquisito son/
sembrado en las flores de las lunas estivales y pasajeras,/
como tu melodía siempre llena, siempre ambigua sobre la muerte./
O la luz./
¿ Qué más da?/
¿Acaso a todos no nos nombran?/
Verte, verte, asirte con estos pálpitos hechos miembros/
de la voz que mi centro canta./
Sonora voz, sonora voz con letras claras,/
para el silencio dulce de este inmenso abismo, gerundio atávico de nuestro ser, existiendo,/
existiendo tal vez sólo en un rítmico tarareo que recuerda a las cuerdas tersas del laúd,/
la dolencia vivífica, la juventud suministrada a las eras en su metamorfoseada geología a través del estrato cortado,/
el libro de las sienes de la estirpe, la hoyada concupiscencia entre el ser y la tierra./

Aquí, encadenada a mi propio magisterio sobre el devenir/
y su incesante canto, soliloquio del poeta escindido hasta de su misma causa./
Aquí, justificándonos sobre la huella de lo otro/
que venera injustamente la invasión de las bárbaras hormigas./
Aquí, clamando por la Justicia, buscando el nivel profundo de tu borde niquelado
de blanca orilla, de luz a todas horas menos del orto./
Aquí abrevando de las eras,/
eternizándonos en el pasto, la lumbre, el puchero al sol/
cincelado por estos labios de poeta,/
pernocto./
Siempre pernocta, siempre alegría, siempre vigilia/
sobre un juicio por llegar que extravía el vuelo del jilguero/
que sostuvo entre sus fauces a la semilla de la zinnia, flor de canto, flor de son, flor del verano/
puro y simple y seco verano.../

Quien pervierta el don, que clame por la musa./
Su quimérica compañía obstará al perjuicio labrado por las bestias,/
sin labios que sellen, en perfecta armonía, el labio contra labio del beso en las bocas./



(Sofía Serra, Del bestiario de los inocentes, Noviembre 2009)

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